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Premios Literarios Miguel Hernández 2024 Exposición Bibliográfica Miguel Hernández Genealogía de Ramón Sijé

Coetáneos de Miguel Hernández

María Teresa León

 

Nace el 31 de octubre de 1.903 en Logroño y muere en Madrid el 13 de diciembre de 1.988. Hija de don Ángel León, coronel del Ejército y de Oliva Goyri. Su infancia y adolescencia transcurren en Madrid, Barcelona, y Burgos. Sobrina de Ramón Menéndez Pidal y María Goyri, la primera mujer en España que obtuvo un doctorado en Filosofía y Letras e impartió clases en la universidad española. María Teresa León estudió en la Institución Libre de Enseñanza y se licenció en Filosofía y Letras.

En 1920, con diecisiete años, se casa con Gonzalo de Sebastián, y tienen dos hijos: Gonzalo y Enrique. En sus años jóvenes publica artículos en el “Diario de Burgos” bajo el seudónimo de la heroína de D´annunzio, Isabel Inghirami, y posteriormente con su propio nombre. Destacando ya por su defensa de la mujer y de la cultura.

En esta etapa de su vida, realiza su primera visita a Argentina en 1928 y sigue con su labor intelectual, asistiendo a conferencias y publicando algunos artículos donde se hace eco de su personal opinión de la dictadura española. En 1929 publica sus primeras dos novelas: “Cuentos para soñar” y “La bella del mal amor”.

La ruptura matrimonial la devuelve a Madrid, donde empieza a gozar de un cierto prestigio como escritora.

Ya en la capital, conocerá por esos años al que sería su compañero, Rafael Alberti. Dice el poeta en “La arboleda perdida”: “Surgió ante mí, rubia, hermosa, sólida y levantada, como la ola que un mar imprevista me arrojara de un golpe contra el pecho”. Desde ese momento continuarán juntos su trayectoria vital.

 

Rafael Alberti y Mª Teresa León

En 1932 se casan por lo civil y su unión con Rafael Alberti marca una nueva etapa de cuarenta años donde ambos escritores comparten proyectos culturales y literarios comunes, además de una hija, Aitana. Una de las primeras colaboraciones de Alberti para María Teresa León son las ilustraciones para su colección de cuentos “Rosa Fría”, su tercer libro. La Junta para la Ampliación de Estudios pensiona a María Teresa León para estudiar el movimiento teatral europeo. Comienzan a viajar por Berlín, la Unión Soviética, Dinamarca, Noruega, Bélgica, y Holanda. Estos viajes son motivo, además, para contactar con los llamados escritores revolucionarios. El primer viaje a la Unión Soviética como tema de sus escritos, fue posteriormente ampliado con una docena de artículos, publicados en “Heraldo” de Madrid en 1933.

En 1933 ella y Rafael Alberti fundan la revista “Octubre”, que será plataforma de escritores y personas de la cultura en defensa de la cultura.

En 1934 vuelven a la Unión Soviética para asistir al Primer Congreso de Escritores Soviéticos, donde conocerá a M. Gorki, A. Malraux y otros. Tras el estallido de la Revolución de Asturias,  se van a los Estados Unidos, para recaudar fondos para los obreros damnificados.

Vuelta a su país, al poco se producirá la sublevación del 18 de julio de 1936 y tras una peripecia llega desde Ibiza a Madrid. Fue secretaria de la Alianza de Escritores Antifascistas y fundó la revista “El Mono Azul”. Estas experiencias aparecen recogidas en dos de sus novelas: “Contra viento y marea” y “Juego limpio”, así como en varios de sus cuentos.

Colabora en la confección del “Romancero de la Guerra Civil” dedicado a García Lorca, uno de los más bellos y heroicos compendios de la poesía anónima de nuestra cultura contemporánea. Participó en la Junta de Defensa y Protección del Tesoro Artístico Nacional, desarrollando una intensa actividad de agitación cultural y literaria en los frentes de batalla, de salvación del patrimonio nacional, cuyos ejemplos más sobresalientes son los del tesoro sacro de Toledo y el traslado de los fondos pictóricos del Museo del Prado de Valencia, junto con los artistas Timoteo Pérez Rubio, Josep Renau, Jaime Ferrán y el mismo Alberti. Igualmente participa en el II Congreso de Escritores Antifascistas en Defensa de la Cultura en 1937 celebrado en Madrid y Valencia.

El trabajo al que, sin duda, María Teresa León dedicó la mayor parte de sus esfuerzos durante la guerra civil fue su actividad teatral. Como Subdirectora del Consejo Central del Teatro, y siendo responsable de “El Teatro de Arte de Propaganda” y posteriormente de “Las Guerrillas del Teatro” en el Ejército del Centro, puso en marcha diversas empresas teatrales, ya como dramaturga, ya como directora de escena e incluso con colaboraciones esporádicas como actriz. Co-directora de “Los títeres de Cachiporra”, de García Lorca y “La cacatúa verde” de Arthur Schnitzler, directora de “La tragedia optimista” del autor ruso Vsevolod Vichnievski y el mayor éxito de esta época de guerra civil, la dirección y participación como actriz en la versión de “Numancia”, de la que se encargó el propio Alberti. Igualmente dirigió y participó en una obra de Alberti: “Cantata de los héroes y la fraternidad de los pueblos”. Otras de sus aportaciones al mundo del teatro es la fundación de “El Cine, Teatro, Club de la Alianza de los Intelectuales Antifascistas”.

Tras la derrota republicana la pareja se exilia a: Orán, Francia, Argentina e Italia. En París viven hasta finales de 1940, trabajando como traductores de la radio francesa Paris-Mondial y como locutores para las emisiones de América Latina. Viven durante 23 años en Argentina, donde ella da a luz a Aitana. Son años de intensa producción literaria, con una activa participación en entrevistas para la radio, composición de nuevas novelas, como “Juego Limpio” y redacción de guiones para el cine.

La llegada de Perón al poder en el Gobierno argentino comenzó a dificultar la vida de los exiliados españoles. El matrimonio Alberti iniciaba, de esta manera, sus nuevos viajes a Europa y un primer viaje a China, tras el cual escribe en 1958 junto a Rafael Alberti, “Sonría China”. El regreso definitivo a Europa en 1963 marcó catorce años de exilio con residencia en Roma. Son estos años en los que María Teresa León perfila el final de “Memoria de la melancolía”. Obra finalizada en 1968, es un sugerente y emocionante relato de los años más activos del siglo XX, los de las décadas de los 20 y los 30, donde María Teresa León jugó un papel protagonista.

El 27 de abril de 1977 vuelven a España, tras 38 años de exilio, pero María Teresa arrastra ya una enfermedad hereditaria que provoca la pérdida completa de memoria. Desde entonces permanece ingresada en un sanatorio de la sierra madrileña, sin memoria ni recuerdos, y así fallece.

 

OBRA LITERARIA

    * Cervantes. El soldado que nos enseñó a hablar, Madrid, Altalena, 1978 (Novela).

    * Memoria de la melancolía, Buenos Aires, Editorial Losada S.A, 1970 (Biografía)

    * Menesteos, marinero de abril, México, 1965 (Novela).

    * Fábulas del tiempo amargo,México, Alejandro Finisterre, 1962 (Cuentos).

    * Doña Jimena Díaz de Vivar, gran señora de todos, Buenos Aires, Editorial Losada S.    A, 1960 (Novela).

    * Juego limpio, Buenos Aires, Goyanarte, 1959 (Novela).

    * Nuestro hogar de cada día, Buenos Aires, Compañía Fabril Editora, 1958

    * Sonríe China, Buenos Aires, Jacobo Muchnick, 1958 (Miscelánea)

    * Don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, Buenos Aires, Peuser, 1954 (Novela).

    * Las peregrinaciones de Teresa,  Buenos Aires, Botella al Mar, 1950 (Cuentos).

    * El gran amor de Gustavo Adolfo Bécquer, Buenos Aires, Losada S.A Editorial,1946 (Novela).

    * La dama duende, 1945 (Guión de cine).

    * La historia tiene la palabra, Buenos Aires, Patronato Hispano-Argentino de Cultura,  1944 (Ensayo).

    * Los ojos más bellos del mundo, 1943 (Guión de cine).

    * Morirás lejos, Buenos Aires, Americalee, 1942 (Cuentos).

    * Contra viento y marea, Buenos Aires, AIAPE, 1941 (Novela).

    * Crónica General de la Guerra Civil, Madrid, Alianza de Intelectuales Antifascistas,  1939 (Ensayo).

    * La tragedia optimista, 1937 (Teatro).

    * Una estrella roja, Madrid, 1937 (Cuentos).

    * Cuentos de la España actual, México, Dialéctica, 1935 (Cuentos).

    * Rosa-Fría, patinadora de la luna, Madrid, Espasa Calpe, 1934 (Cuentos).

    * Huelga en el puerto, 1933 (Teatro).

    * La bella del mal de amor, Burgos, Hijos de Santiago Rodríguez, 1930 (Cuentos).

    * Cuentos para soñar, Burgos, Hijos de Santiago Rodríguez,  1928 (Cuentos).

    * Misericordia (Teatro).


RELACIÓN DE Mª TERESA LEÓN CON MIGUEL HERNÁNDEZ

A continuación vamos a introducirles en varios textos de distintos autores donde se nos presenta de diferente forma la relación que Mª Teresa León tuvo con nuestro poeta:

En el precioso libro escrito por la propia Mª Teresa León, “Memorias de la Melancolía,” de Ediciones Losada, Mª Teresa recuerda a nuestro poeta de esta forma:

“...Hay que acudir al cuidado de los recuerdos. ¿Qué sería de la vida vivida si los abandonásemos? Recuerdo que Miguel Hernández apenas contestó a nuestro abrazo cuando nos separamos en Madrid. Le habíamos llamado para explicarle nuestra conversación con Carlos Morla, encargado de Negocios de Chile. Miguel se ensombreció al oirlo, acentuó su cara cerrada y respondió: “Yo no me refugiaré  jamás en una embajada. Me vuelvo al frente”. Nosotros insistíamos: “ya sabes que tu nombre está entre los quince o dieciséis intelectuales que Pablo Neruda ha conseguido de su Gobierno que tengan derecho de asilo”. Miguel se ensombreció aún más. “¿Y vosotros?”, nos preguntó. “Nosotros tampoco nos asilaremos. Nos vamos a Elda con Hidalgo de Cisneros”. Miguel dio un portazo y desapareció. La escena fue ésta: Carlos Morla, cariñoso y casi balbuciente, nos había insistido: “la guerra ha terminado. Ya los ingleses han tomado contacto con los dos campos para hacer la paz. Es necesario, para terminar con la tensión internacional, concluir con la guerra de España. Figuraos lo que yo lo siento, pero es así. Mi gobierno os ofrece asilo”.. “Gracias, gracias por la limosna”, murmuramos. Nos abrazó. No entendía bien por qué nosotros rechazábamos su ayuda. Puede que sintiese piedad, estaba conmovido, conmovido sobre sí mismo porque a él también se le cerraban los años claros de la amistad perfecta con aquel grupo luminoso de escritores y artistas de España. Ya Bebé Morla no abriría su salón de hermosa mujer inteligente para que Federico leyese una obra suya o cantase o riese; para que la confesión, el entierro de Hindenburg... Cuando aquella mañana Carlos Morla llegó a nuestra casa de la calle Velázquez, el encargado de borrar de las pizarras de la vida las horas hermosas de los hombres, había pasado su mano inexorable sobre varios años del más feliz momento de la inteligencia española.

Miguel iba a desaparecer también como había desaparecido Federico. Sentí mucha pena. Pocos días antes yo había discutido violentamente con él: “No tienes ningún derecho a hablar así de una mujer y extender ese juicio a todas las mujeres de la Alianza. Eso no es de hombres”. A la contestación suya, yo le pequé una bofetada.

(En este punto abriré un inciso para explicar un poco el incidente de la bofetada. Al parecer Miguel, que pasó gran parte de los días de guerra en las trincheras, no entendía que Rafael Alberti,  su mujer, Mª Teresa León,  y algunos otros, hubiesen preparado una “fiesta” en medio de la guerra. Miguel Hernández irrumpió en el edificio de la Alianza, donde se celebraba la fiesta con el nombre de II Congreso de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, organizada por Mª Teresa León.

Hernández estalló y se acercó a Alberti para decirle: “Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta”. El poeta gaditano le animó a que lo dijera en voz alta al resto de asistentes y Miguel lo que hizo fue escribirlo en una pizarra.

Entonces Mª Teresa León, que se había tomado las molestias de la organización del evento, se acercó al poeta de Orihuela y le dio una bofetada que, según cuentas, acabó con Miguel Hernández en el suelo).

 Antonio Aparicio y Rafael se precipitaron. ¡Qué absurdo! Los ojos de Miguel se habían empequeñecido. La última vez que los vi a la puerta de la Alianza de Intelectuales eran aún más pequeños.

Cañoneaban Madrid. Miguel Hernández, la cabeza rapada, todo sacudido por una rabiosa decisión, nos repitió: “Me voy al frente”. “No olvides lo que dijo Carlos Morla”. Miguel era como un fruto de la tierra. Cuando llegó a Madrid traía de cualquier cosa. Nuestro primer encuentro no pareció alegrarle mucho. Tal vez porque éramos de la revista “Octubre”, un grupo de descontentos sociales, tal vez porque los amigos le indicaran que era mejor vernos poco. No sé, pero la realidad fue que un día Miguel Hernández llamó a nuestra puerta de la casa de Marqués de Urquijo, descompuesto y verde de ira. ¿Qué te ocurre,  Miguel? Cuando se tranquilizó un poco, nos contó su primera experiencia con los defensores del orden establecido.

Miguel, aquella mañana, se había paseado mientras escribía por las orillas del Henares. Hay allí silencio de égloga, árboles. Es un lugar, en fin, donde la soledad se acerca a los poetas para protegerlos de ruidos y de extraños. Miguel escribía sabe Dios qué en aquel momento y era feliz, pues así de aislada había sido su vida campesina y así de solo había iniciado su camino de hombre, guardando las cabras de la casa paterna.

Pues bien, en ese sotillo junto a las riberas del Henares, lugar tan cercano a la docta Alcalá de Henares, no era posible pasearse ni sentarse ni mirar la corriente sin que la guardia civil caminera no sospechase del gato encerrado de la revolución capaz de colarse por cualquier agujero. Le dieron el alto. Miguel comprendió mal. Corrió. Insistieron. Se resistió. ¿Qué llevas ahí? Versos. ¿Versos?, le contestaron agresivos y burlones. Le arrancaron de las manos los papeles. Los insultó. Le golpearon, le amenazaron con la culata de los fusiles. Cuando lo dejaron marchar, ya no quedaban ni paz del río,  ni soledad sonora ni canto de pájaro, solamente los horribles guardias civiles en sus ojos, esos  que no lloran porque Federico García Lorca adivinó que esos  tienen “de plomo las calaveras”. Puede que todo durara poco tiempo, pero le bastó a Miguel para rebelarse. Por eso, cuando corrió hacia Madrid, llamó en nuestra casa. Venía a decirnos: “Estoy con vosotros. Lo he comprendido todo”.

Ese Miguel con su cara encendida de rabia es el que yo con más gusto veo. Me emociona más que el de la guerra con su uniforme del V Regimiento, cuando escribía estrofas para los periódicos de trinchera, cuando junto al comandante Carlos aprendió a desear el futuro. Del último Miguel, el que no se refugió en la Embajada de Chile y después de intentar mil remedios para huir cayó en manos de esos mismos guardias civiles que lo llevaron hacia nuestra causa, no tengo ya imágenes, solamente palabras...

Sí, palabras pronunciadas por mí más tristes y rabiosas que elocuentes en una cena que en París y ya acabada la guerra el Pen Club dio a Pablo Neruda, a Rafael y a mí. Vivíamos con Neruda en el Quai de l´Horloge y no sé por qué me confiaron los dos poetas la tarea de contar, entre otras desventuras, la desventura de un poeta encarcelado.

Así regresé otra vez a Miguel Hernández. Su imagen se me había dulcificado. Esa nueva víctima no podían consentirla los intelectuales franceses, tenían que salvarla y así lo hicieron. Anne Marie Cummene, asentía con su cabeza a mis palabras. Sí, sí, debemos salvar a Miguel Hernández. Cuando terminé de hablar, todo estaba decidido. El intermediario del Pen Club para esta petición sería Monseñor Baudrillart y lo libertaron. Seguramente sorprendería a Miguel su libertad, tanto que dicen sus amigos que no pudieron detenerlo y corrió a su pueblecito para abrazar a su hijo y a su mujer. Y aquí empieza a nublarse la vista de los que miramos los últimos días de Miguel Hernández. ¿Por qué fue detenido? ¿Por qué si lo habían puesto en libertad se la quitaban si las razones eran las mismas? La verdad es que Miguel Hernández murió en la cárcel y nadie pudo conmover la Injusticia española.

Aquí, en Antibes, la otra tarde, he vuelto a ver Miguel. Apareció en la pantalla donde se proyectaba “La Pasión de Juana de Arco”, de Dreyer. De pronto, Rafael murmuró: ¡Cómo se parece a Miguel! Era exacto. La cabeza de Juana de Arco – de la Falconetti- iba repitiéndonos a través de su desventura todos los rostros de la agonía final de Miguel Hernández. Ninguno de los que nos acompañaba comprendió por qué al encender la luz teníamos los ojos tan serios.

Jose Luís Ferris, por su parte, en el libro “Miguel, Pasión, Cárcel y Muerte de un poeta” de la Editorial Temas de Hoy,  arroja un poco de luz con referencia al suceso de la detención de Miguel al que alude Mª Teresa León y escribe:

“....La inclinación de Miguel hacia la mentira piadosa queda aquí probada. Su interés en no levantar rumores ni sospechas sobre la presencia de Maruja Mallo en aquella escena le hace justificar su escapada a San Fernando como una excursión de amigos  a la que, curiosamente, llegaron tarde todos los compañeros y dejaron solo al poeta. Pero la pintora estaba cerca de él en el momento de la detención, manteniéndose probablemente al margen de los hechos para que su nombre no apareciera, junto al del poeta, si el percance trascendía, como efectivamente ocurrió. Los amigos más próximos a Miguel Hernández estaban al corriente de todo, y así lo describe Jesús Poveda en una página de su libro: “Recuerdo muy bien que el día que detuvo la guardia civil a Miguel, también se llevó con él a la dibujante, aun cuando esto no aparezca así en la carta del poeta.... A Maruja Mallo no le pasó nada”.

Quizá lo más provechoso del percance fue la postura solidaria que tomaron los poetas e intelectuales madrileños ante lo que consideraron un atropello contra la dignidad y contra un escritor que ya era considerado en los círculos literarios. La consecuencia fue la publicación de un texto colectivo en el que se daba puntual detalle de los abusos de las fuerzas del orden y que fue publicado por varios periódicos de la capital. En “El Socialista”, por ejemplo, se podía leer el 16 de enero una larga nota encabezada con el titular “Protesta a favor del poeta Miguel Hernández”:

“...estando el poeta murciano Miguel Hernández pasando el día en las orillas del Jarama, fue detenido por al Guardia Civil. El traje humilde, modesto de nuestro amigo llevó a la Guardia Civil a tratarle con violencia...Le amenazaron de muerte diciéndole: “Si no es por esa mujer que viene andando detrás de nosotros, te dejamos seco”... Enterados de este atropello, lo denunciamos al Ministro de la Gobernación, y protestamos, no de que la Guardia Civil exija sus documentos a un ciudadano que parezca sospechoso, sino de la forma brutal de hacerlo, pues en vez de limitarse a comprobar su identidad, le golpease maltratándole y hasta amenazándole de muerte. Protestamos de la vejación que representa abofetear a un hombre indefenso. Protestamos de esta clasificación entre señoritos y hombres del pueblo que la Guardia Civil hace constantemente. En este caso que denunciamos, Miguel Hernández es uno de nuestros poetas jóvenes de más valor. Pero ¡cuántas arbitrariedades tan estúpidas y crueles como ésta se cometen a diario en toda España sin que nadie se entere! Protestamos, en fin, de esta falta de garantías que desde hace tiempo venimos sufriendo los ciudadanos españoles”.

Dos detalles resultan significativos en este texto de protesta. El primero es la alusión a una mujer que iba andando detrás de los guardias y el detenido, lo que nos hace pensar en la imagen perpleja de la pintora, que no sabía cómo reaccionar ante el inesperado suceso; el segundo dato es el manifiesto en sí y la frase en la que se considera a Miguel “uno de nuestros poetas jóvenes de más valor”. Si a ello unimos los nombres de los autores del escrito, podremos obtener una idea muy aproximada de la consideración y el estatus literario que Hernández gozaba ya a comienzos de 1936. La citada nota venía firmada por Federico García Lorca, José Bergamín, José María de Cossío, Ramón J. Sender, Antonio Espina, Arturo Serrano Plaja, César M. Arconada, Pablo Neruda, María Teresa León, Rosa Chacel, Miguel Pérez Ferrero, José Díaz Fernández, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, Luis Cernuda, Luis Lacasa y Pedro Salinas; aunque, según nota publicada en la Obra Completa de Hernández –probablemente tomada de Jesús Poveda-, también figuraban entre los firmantes de la protesta Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Juan Ramón Jiménez.

La repercusión personal de aquel suceso llevó a Miguel a tomar asimismo dos importantes decisiones: una, de inmediatas consecuencias, fue apartar a Maruja Mallo definitivamente de su vida íntima y dejar su tormentosa historia con ella en una relación cordial y amistosa sin más concesiones carnales; la segunda la tomó la misma noche de su detención, cuando, al llegar a Madrid, fue en busca de Rafael Alberti y Mª Teresa León para afiliarse al Partido Comunista y en su casa les dijo: “Estoy con vosotros. Lo he comprendido todo”.

El 7 agosto de 1952, Mª Teresa León escribió en el diario “El Nacional” de Caracas acerca de Miguel:

“No sé quien nos acercó a Miguel. Recuerdo su sonrisa burlona, él tan vestido de pana.

“Recuerdo su ancha cara de auténtico pastor, su ancha mano de hombre de bien. Era sorprendente leer sus sonetos, su auto sacramental, todo lo que traía detrás de su corteza. Fue saludado como lo que era, un prodigio de asimilación poética espontánea. Nos frecuentaba poco y era amigo de Neruda y Bergamín.

Pero la hora española se hizo exigente. Un día, estando lejos de pensar en él, se nos apareció Miguel Hernández todo arrebatado de furor, hecho un grito, una carne viva.

“Lo ocurrido no era para menos. Se paseaba por las márgenes del Henares, río pequeño de la llanura próxima a Madrid, donde se crían reses bravas entre los chopos y ninfas entre los juncos cuando la guardia civil caminera, saliéndole al encuentro le dio el alto.

“¿Qué haces ahí? Él iba a la buena de dios, vagando poemas con un libro en la mano.

“Contestó: leer. ¿Leer? Bueno ya sabemos lo que es eso, gandul. Eso quería decir esa trampa, ese engaño, ese engaño despistador de un libro para encubrir a un conspirador del crepúsculo. El diálogo fue breve, no se puede dialogar con los poderes públicos y cuando le preguntaron: profesión y contestó: poeta, los encargados del orden establecido lo creyeron una burla y lo abofetearon.

Entonces lo amenazaron con las culatas de los fusiles y con sangre en los ojos, Miguel echó a correr hacia Madrid.

“A casa llegó muerto de ira ¿Por qué a nuestra casa y no a la de Pepe Bergamín o la de Pablo?... Pero a nosotros nos contó su odio enrojecido de pronto, su relámpago de hombre se comprende, su comprobación de que no le han creído, de que lo han golpeado porque hay clases, y él con su chaqueta de pana, su tosca cara campesina acaba de sufrir la dura ley que gobernaba los campos españoles. Vino como a decirnos que teníamos razón”.