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Coetáneos de Miguel Hernández

Gregorio Prieto

El pintor Gregorio Prieto Muñoz nace en Valdepeñas (Ciudad Real) el 2 de mayo de 1897, donde regresará para morir, después de una larga vida recorriendo el mundo, el 14 de noviembre de 1992.

Octavo hijo de Ildefonso Prieto y Froilana Muñoz. Fue conocido como “el pintor de La Mancha”. La familia se trasladó a Madrid tras la muerte de la madre, cuando Prieto contaba siete años de edad. Desde joven tomó la firme decisión de ser pintor, enfrentándose a su padre, quien le matriculó en la Escuela Industrial de Madrid en la que permaneció tres años.

En 1915, con 18 años, logra el ingreso en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Allí tuvo el privilegio de convivir en el mismo curso con artistas como Joaquín Valverde, José Frau, Timoteo Pérez Rubio o Rosa Chacel.

Entre 1917-1918 trabajó preferentemente en Aranjuez y El Paular, donde desarrolló su temática preferida: la captación del natural que ya no abandonará hasta el final de sus días. Estos paisajes duros y tristes predominaron por encima de cualquier otro elemento.

Su primera exposición individual tuvo lugar en el Ateneo de Madrid en el año 1919.

Sus contactos con las vanguardias europeas y las relaciones de amistad con los principales exponentes de la Generación del 27 marcaron su formación artística. Estuvo unido especialmente a Rafael Alberti y a Luis Cernuda. Poco después, en abril de 1924, conoció a Federico García Lorca, a quien retrató en varias ocasiones, y a Vicente Aleixandre.

Federico García Lorca, por Gregorio Prieto

En 1925 se trasladó a París para ampliar sus estudios. Es en este periodo cuando tiene sus primeros contactos con el cubismo y las corrientes surrealistas. Durante su estancia en Francia realizó varias exposiciones y en 1926 participó en la Bienal de Venecia y en el Salón de los Independientes de París.

En 1928 tiene lugar un hecho trascendental en su vida: obtiene por oposición la plaza de pensionado del Ministerio de Asuntos Exteriores para trabajar en la Academia de Bellas Artes de Roma, dirigida entonces por Ramón María del Valle- Inclán. Comienza de este modo, lo que podemos denominar su tercera etapa (1928-1936), que abarca precisamente su estancia en Italia y en Grecia.

Su obra toma un giro decisivo en contacto con el arte italiano del momento. Durante los dos primeros años (1928-1930) se deja influenciar por lo que conocemos como el “Novecento Italiano”, movimiento que planteaba la revisión de lo considerado “moderno”, siendo más una idea que un estilo cuyo y único nexo de unión, era la vuelta al clasicismo académico. En esta línea trabajaban pintores como Campligi o escultores como Marini, sirviéndose de la figura en su concepto tradicional cono medio de expresión. Las pinturas de Prieto, “Ruinas” o “Ruinas de Selinunte”, pueden encuadrarse en este espíritu novecentista.

Conoce también la “Pintura metafísica”, por la que se siente fuertemente atraído. Dentro de esta corriente italiana, surgida en 1917, podemos encuadrar los trabajos de Giorgio de Chirico y de Carlo Carra entre otros. El retorno al orden, la valoración de la forma, la inspiración en las tradiciones artísticas, encajan perfectamente en el lenguaje personal que Gregorio Prieto estaba buscando. Esta pintura que crea ambientes enigmáticos que sugieren mundos pretéritos se refleja en obras tan singulares como “Mármol y bronce”. Su influjo lo percibimos incluso en grandes obras como “Los maniquíes” “Luna de miel en Taormina” y “La Creación”.

Italia y lo clásico llegan a dominar su vida. Recorre las principales ciudades tomando apuntes de todo lo que le impacta; Roma, Pompeya, Tormina, van surgiendo en sus lienzos. El mundo antiguo le atrae de tal manera que se traslada a Grecia para conocer su arte y su historia, concibiendo obras de gran belleza plástica como “Isla Griega”.

Durante su estancia en Italia conoce al pintor Eduardo Chicharro, becado igualmente en la Academia de Roma, quien ejerció una fuerte influencia sobre su obra. Trabajan conjuntamente en fotografía, siendo retratado el artista hasta la saciedad en las más  variadas poses (como marinero, desnudo, abrazando estatuas) en una concepción totalmente surrealista pero muy poética. Gregorio Prieto conservó este material que utilizará en el movimiento “Postista” de los años 40 y que retornará en los años 60 para recortarlo, encolarlo y crear sus singulares “Collages”.

En 1931 regresa a España, estableciendo nuevos lazos de amistad con los poetas de la Generación del 27, especialmente con Lorca y Alberti. Continúa viajando incansablemente por Suiza, Francia y los Países nórdicos, mientras su obra recibe elogios de la crítica más especializada. Tras su presentación en la Bienal de Venecia de 1930, es seleccionado para formar parte de la gran exposición que sobre Arte Español tiene lugar en el Colegio de España en 1935.

 Retrato de Cernuda, por Gregorio Prieto Londres, 1939.

Se ve obligado a refugiarse en Inglaterra al estallar la guerra civil. Durante esta etapa estuvo muy vinculado a Cernuda. Realizó los decorados de “La Zapatera Prodigiosa” y de “Canción de Cuna”, aparte de colaborar en la BBC como crítico de arte y acentuar su actividad como ilustrador gráfico.

En 1937 representó a España en el  Pabellón Internacional de la Exposición de París con el cuadro “Luna de miel en Taormina”.

Luna de miel en Taormina, 1936

La obra de este periodo (1937-1948), más fresca, más lírica y sobre todo más serena, está centrada en la captación de paisajes al natural y en la realización de homenajes a pintores españoles “Homenaje al Greco”. Pero sobre todo y muy especialmente es este un período en el que Gregorio Prieto dibuja incansablemente, produciendo obras excepcionales, que son sin duda lo mejor de su trabajo sobre papel. Dibujos a tinta de una sola línea, magistrales en su concepción y en su realización, de trazo seguro y riguroso, apenas sombreados. Durante este tiempo, desarrolla una febril actividad, realiza varias exposiciones, publica libros con sus dibujos, imparte conferencias, realiza retratos de personajes célebres, pero sobre todo dibuja incansablemente.

Tras su regreso a España en 1947, tiene lugar una exposición en el Museo de Arte Moderno, gozando a partir de ese momento del favor del público. Comienza entonces lo que podríamos denominar su quinta etapa (1949-1960) en la que retorna al clasicismo de sus composiciones romanas. En su última etapa (1960-1985) principalmente pinta paisajes manchegos de abigarrada factura y realiza sus “Collages”, cercanos al pop.

Gregorio Prieto ha ilustrado numerosos libros, entre ellos ediciones dedicadas a Shakespeare y a John Milton, y los poemarios “Mundo a solas” de Vicente Aleixandre y “Poesía de hoy en España”. Fue también el fundador de la Asociación de Amigos de los Molinos y gracias a él y su iniciativa se conservan hoy muchos molinos en La Mancha, Mallorca o Andalucía. El Ayuntamiento de Valdepeñas le recompensó con la construcción de un molino de viento, el más grande de todo el mundo, que lleva el nombre de Gregorio Prieto y muestra parte de su obra.

A partir de 1970, recibe importantes reconocimientos, que culminan con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (1982), la Medalla de Oro de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, la inauguración del Museo de la Fundación Gregorio Prieto y el nombramiento de Académico Honorario de la Real Escuela de Bellas Artes de San Fernando (1990). Muere a los 95 años de edad en la ciudad que le vio nacer.

Su pintura, dentro de la figuración, es absolutamente original e inclasificable dentro de las vanguardias de su época. La Fundación Gregorio Prieto de Valdepeñas (Ciudad Real), inaugurada por el Rey Juan Carlos I, recoge buena parte de su obra en un precioso museo situado en un magnífico edificio del siglo XVII, cuya visita resulta imprescindible.

Relación con Miguel Hernández

Miguel Hernández utilizaba las artes plásticas como fuente de inspiración en sus poesías, acostumbraba a decorar postales, cartas y manuscritos poéticos con dibujos que él mismo hacía. Existe un encuentro entre la pintura y Miguel Hernández, un enriquecimiento de ambas artes.

Los poemas de Miguel Hernández han sido ilustrados por autores como Juan Ramón Alonso, Antonio Ballesta, Joan Castejón, Ramón Fernández Palmeral, Francisco Díe…

Los distintos viajes del poeta oriolano a Madrid fueron trascendentales para su proyección poética. Es durante su estancia en la capital de España, a partir de noviembre de 1934, cuando Miguel Hernández se encuentra con el pintor Benjamín Palencia, quien le presenta a otros escritores, pintores y escultores como Alberto Sánchez, Maruja Mallo, Rodríguez Luna, Miguel Prieto, o Eduardo Vicente. Su amistad con el grupo de artistas conocidos como “Escuela de Vallecas” dejó huella notable en bastantes de sus poemas.

Miguel Hernández conoció a Gregorio Prieto (de la Escuela de Vallecas) en Madrid, antes de la guerra civil, en el año 1935. Tenían amigos comunes y esta relación de amistad de Gregorio Prieto con Luis Cernuda, Alberto Sánchez, Manuel Altolaguirre… facilitó el encuentro entre los dos.

Retrato de Miguel Hernández por Gregorio Prieto.

“…Miguel Hernández, surgido en el nervioso rasguear de la pluma como una aparición, no espectral sino vivísima, está también presente en el dramatismo de la penetrante mirada, de la boca a punto de abrirse. El artista sustituyó el contorno neto de la línea continuada y el ancho espacio blanco por la multiplicidad de trazos cortos insertos unos en otros y ordenados con intensa precisión…”.

(Ricardo Gullón)

Después de muerto Miguel Hernández su obra y su persona siguen siendo fuente de inspiración para diversos artistas que han pintado al poeta de Orihuela, entre ellos Gregorio Prieto. Su retrato es un homenaje póstumo que data de la inmediata posguerra.


Rosa I. Pina Cutillas
Esther García Mazón