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Premios Literarios Miguel Hernández 2024 Exposición Bibliográfica Miguel Hernández Genealogía de Ramón Sijé

Coetáneos de Miguel Hernández

Molina Rodríguez, Manuel

 



Manuel Molina ha sido considerado en algún momento el epígono del grupo oriolano de 1930, aunque otros gustan más de denominarlo como el benjamín de dicho grupo. De hecho, sus mismos amigos le consideraron hermano menor, algo real, pues era dos años menor que el menor de todos ellos, Gabriel Sijé.

Molina nace el 17 de octubre de 1917 en Orihuela, guardando para siempre en su memoria unos recuerdos más bien sombríos de su infancia, de la que recuerda la excesiva rigidez y dureza de los métodos educativos, aunque mostrará siempre afecto hacia sus primeros maestros.

La educación de Manuel Molina, aunque escasa en el tiempo, se centra en su paso primero por la escuela y luego por el instituto, que tuvo que abandonar. Él llegó a afirmar: "crecí entre barros, picos, barras y azadones". Acaba adoptando el oficio de su padre, propietario de una contrata de explotación de carreteras, oficio al que nunca consiguió adaptarse, máxime cuando participaba en las reuniones literarias que tenían lugar en la tahona de los hermanos Fenoll, Efrén y Carlos. Es allí donde conoce a los hermanos Sijé y, sobre todo, a Miguel Hernández, de cuya relación hablaremos más adelante, aunque mantiene también algunas otras amistades literarias destacables, como con el también oriolano Adolfo Lizón.

En 1935, Molina se ve obligado a trasladarse con toda su familia a Alicante. Resulta admirable ver cómo el asfalto, la arena, la belleza y el fuego de Alicante calan pronto en él, pero ello sin olvidar cuáles son sus raíces, muy presentes también en su producción. Esto quizá obedeciese a la juventud con la que tuvo lugar esto, 18 años, que permite recordar lo anterior y adaptarse a los nuevos tiempos.

Pero volvamos a la trayectoria vital de Manuel Molina. Secretario de las Juventudes de Unión Republicana en diciembre de 1936, conoce a Vicente Ramos, que va a solicitarle un aval para no ir de cabeza al calabozo y le presenta a Miguel Hernández, que había ido al Ateneo Científico, Literario y Artístico de Alicante el 21 de agosto de 1937 para hablar de la guerra en Madrid y presentar Viento del pueblo.

Movilizado por el ejército de la República, nos lo encontraremos en la más inmediata posguerra desempeñando diferentes empleos: capataz caminero, representante de farmacia o cobrador de seguros, entre otros muchos. Es en esos momentos cuando se integra en el grupo que forman Vicente Ramos, Rafael Azuar, José Albi, Reolid y el dibujante publicitario ilicitano Francisco García Sempere. Una integración real, como escritor, no como sucedió durante su estancia en el grupo oriolano.

Vicente Ramos cuenta en su Literatura alicantina (1839-1939), publicada por Alfaguara en 1966, cuál era la situación literaria en la provincia. Alicante hervía de actividad, a pesar de la censura, elevándose el nivel merced a la publicación de multitud de libros, a la celebración de recitales o tertulias, pero, sobre todo, gracias a la publicación de revistas literarias como Arte Joven, Ifach, Sigüenza y Verbo. Manuel Molina, interviene en varias de ellas, implicándose cada vez más en la vida cultural de la capital alicantina.

La producción literaria de Manuel Molina, bastante diversificada, se inicia con la publicación de Renacer del silencio, un libro del que sólo se realizó un ejemplar mecanografiado en la máquina de Reolid, hoy perdido. En éste colaboraban Ramos, Molina, Reolid, Azuar y García Sempere. Más adelante, y en solitario, publica Otoño adolescente (1943) del cual reniega, por considerarlo inmaduro, junto con toda su producción anterior a 1949. Este título, inaugura la colección Leila, siendo una colección de canciones sencillas, promesa de su posterior producción literaria, de lo que serán sus temas: culto al amor y a la amistad y un tono humano y social.

En 1950 aparece Hombres a la deriva, su primer libro reconocido. Predomina el tema del tiempo y el choque con todo aquello que le rodea. Recuerda su juventud, una época más agradable y venturosa, que se contrapone al presente vivido, lleno de vulgaridades, de problemas, mezquino, injusto, opresor..., es decir, poseedor de todos los males y desgracias posibles a sus ojos. "Preludio final (Oda a los falsos)" es un claro ejemplo de esto. Molina ya desde los primeros versos expresa su aborrecimiento por los falsos y los ambiciosos, pero sus protestas no serán nunca sijenianas, es decir, ni moralizantes ni resignadas. A Hombres a la deriva, le van a seguir Camino adelante (1953), Versos en la calle (1955), Poemas (1958), El suceso (1960), Mar del miedo (1962), Coral de pueblo (1968), con una línea totalmente popular, que guarda grandes similitudes con la obra de Carlos Fenoll por el uso de los temas y paisajes populares; Veinte sonetos tópicos (1969), Balada de la Vega Baja (1970), le sirve a Molina para recordar lo que fue una parte de su infancia y adolescencia, Orihuela, tratando de recuperar su antiguo aspecto; La belleza y el fuego (1972), recuerda a través de los versos de Molina a las mujeres y a las fiestas de Alicante y finalmente, Versos de la vida (1977), que también es definitorio. En este último se define como honesto, atormentado y dolorido por la vulgaridad de la vida, pensando que sus versos son "para el pueblo que sufre y no respira/ y está cansado de oír tanta mentira". En 1978, aparecerá Canto encadenado, tomando el título de este poema aparecido en 1946. Este libro ofrece uno de los primeros estudios sobre Carlos Fenoll, uno de los poetas de la Generación de 1930. Aquí va a demostrar Molina fehacientemente que es tan buen versificador como prosista, dejándonos un muy buen estudio de la trayectoria vital y la obra de Carlos Fenoll, el primero, que incluye correspondencia y bibliografía.
 
En cuanto a prosa, tenemos los siguientes títulos: Miguel Hernández y sus amigos de Orihuela (1969), Amistad con Miguel Hernández (1971), Antología de la poesía alicantina actual (1973), Un mito llamado Miguel. XXXV aniversario de la muerte de Miguel Hernández (1977), y el estudio ya citado sobre Carlos Fenoll y su Canto encadenado (1978).

Sin embargo, y tal como decíamos antes, no debemos olvidar la colaboración de Molina en distintos periódicos y revistas, que irán acentuando su pase hacia otro de los géneros literarios, el de la crítica literaria, y que ejercerá centrando su atención en la poesía, sobre todo. Su continua práctica en estas labores críticas, le permitirán por un lado conocer exhaustivamente la poesía provincial y, por otro, confeccionar su Antología de la poesía alicantina actual. Sus labores como crítico las realizará sobre todo desde la revista Idealidad, aunque no desdeña otras publicaciones para presentar sus artículos y reseñas, pudiéndonoslo encontrar, además, desde 1952 en todas las fiestas de poesía que se celebren en la provincia, pronunciando charlas y conferencias, recitando, etc.. Además, su experiencia fue aprovechada por el Instituto de Estudios Alicantinos, del cual era miembro de número.

La trayectoria literaria de Manuel Molina es casi rectilínea, evidenciándose la primacía del sentimiento y la emotividad, su amor hacia el pueblo y el hombre y, especialmente, una constante temporal. Esta constante temporal se desdobla por un lado en una añoranza del pasado, de sus años felices. Este pasado le ayudará a superar el presente cruel y triste, las circunstancias que le rodean, un presente y unas dificultades de las cuales tan sólo se salva el pueblo trabajador. También son rastreables referencias a su niñez y su adolescencia. Por otro lado también podemos encontrar la exaltación de la belleza femenina, esencia de todo lo bueno de la naturaleza y la exaltación de la fiesta por antonomasia de Alicante, las hogueras de San Juan, que hacen ver su perfecta integración en Alicante, núcleo continuador del grupo olecense de 1930.

También son destacables en la poesía de Molina influencias de Miguel Hernández, de García Lorca, de Alberti o de Juan Ramón Jiménez. En su poesía podemos notar también la sustitución de la tendencia estética por la preocupación ética, algo que consigue imprimirle un "aire popular" y que recuerda a Miguel Hernández, a lo cual contribuye la elección de un lenguaje más o menos coloquial, que  sigue recordando que es un poeta del pueblo y para el pueblo.

Métricamente hablando, Molina posee un profundo sonido del ritmo, al que podemos añadir un dominio del endecasílabo y del soneto y, finalmente, la habilidad de ajustar la métrica tradicional a los distintos niveles de su producción lírica.

En cuanto a su prosa, podemos decir que a pesar de ser un poeta, es un buen prosista que emplea gran cantidad de imágenes en sus descripciones,  fruto de esa primigenia orientación. Su temprana "alicantinización" no ha impedido, sin embargo, que de manera retrospectiva siga recreando determinados cuadros y ambientes de su añorada Orihuela, recreación que refuerzan las frecuentes visitas que el autor gira a la mística y mironiana Oleza.


RELACIÓN CON MIGUEL HERNÁNDEZ

La relación entre Molina y Miguel Hernández se establece en torno al grupo que se reunía en la antigua tahona de los hermanos Fenoll, Efrén y Carlos, sita en la antigua calle de Arriba (hoy de Miguel Hernández). Poseedor de las mismas aspiraciones que una serie de jóvenes con aficiones literarias, allí conoce y se codea con lo que ha venido en llamarse "La escuela de Orihuela". Ésta, tuvo como germen las palabras de Miró, que prendieron muy pronto en Ramón Sijé y en Miguel Hernández, los cuales proclamaron esa ascendencia siempre que tuvieron ocasión. De ellos, fluyó esa savia hasta contaminar a los hermanos Fenoll, a Gabriel Sijé (hermano de Ramón), y a él mismo. Todos tendrán como referencia la palabra de Miró, al que, como dijo Salvador Rueda, sentirán como "símbolo y voz literaria de Alicante, no sólo en España, sino en el mundo". A estas adscripciones se sumarían algunas otras menos conocidas pero no menos importantes, como la de Ramón Pérez Álvarez, secretario de la revista literaria Silbo, surgida del esfuerzo de sus mentes y que la guerra truncó poco antes de publicarse su tercer número, algo que fue, en palabras de Carlos Fenoll "dispersando a los silbadores".

Manuel Molina será considerado como el benjamín de la familia literaria o grupo de Orihuela por Carlos Fenoll, que vio siempre en el Grupo de Orihuela a Ramón Sijé como el cabeza de familia, y a Miguel Hernández como primogénito. Un benjamín que, como ya hemos comentado, sólo se "asomó" al grupo; su integración literaria no ocurre hasta que no se produce la segunda refundación del grupo tras la guerra, en Alicante, una refundación que cuenta entre sus filas a Vicente Ramos, Rafael Azuar, José Albi, Francisco García Sempere y Adolfo Lizón.

La relación con Miguel Hernández fue intensa en esos años, en los que compartieron lecturas, charlas, discusiones y experiencias múltiples. Molina recuerda en las páginas del número 49 de Idealidad (agosto-octubre, 1960) cómo para terminar el último acto del auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve o sombra de lo que eras, el poeta se traslada a la vecina pedanía oriolana de La Matanza. Allí convivieron una semana mientras el poeta terminaba ese último acto, durmiendo en una cueva. Allí, con dieciséis años, Molina se va a percatar de lo que era necesario para poder finalizar una obra -algo que Hernández poseía- y que en este tipo de obra se complica, pues debe recoger todos los valores y actitudes humanas. Molina recuerda también cómo es cierta esa influencia-correspondencia entre García Lorca y Hernández. El poeta oriolano, parece que gustaba de desaparecer por las mañanas para recoger motivos que le inspirasen y cómo luego, tras la siesta, recitaba lo hecho, al igual que García Lorca que acudía a las fiestas, interpretaba en el piano la música que pondría a sus composiciones populares y desaparecía. Las influencias  que recibe podemos concretarlas en ese autodidactismo común a ambos y en el conocimiento de otras poesías populares, como las de García Lorca, Alberti o Juan Ramón Jiménez en su primera época, ya mencionadas anteriormente. Carlos Fenoll dice de la obra de Molina en Canto encadenado, que hace una poesía verdadera en suma, reveladora de su inteligente conocimiento y concepción de la belleza. Además queda como único testigo, para recordar la vida y la obra de los amigos muertos, muertos precozmente, pero también vivos precozmente.

Molina dedica al estudio de la vida y obra hernandianas su prosa como antes mencionábamos: Miguel Hernández y sus amigos de Orihuela (1969), Amistad con Miguel Hernández (1971), Miguel Hernández en Alicante (1976) hecho en colaboración con Vicente Ramos y Un mito llamado Miguel. XXXV aniversario de la muerte de Miguel Hernández (1977).

Miguel Hernández y sus amigos de Orihuela (1969), es una muy cuidada edición de Ángel Caffarena de una serie de artículos periodísticos aparecidos en la prensa alicantina y en los que Molina trata de develar y desarrollar el círculo de las amistades hernandianas. Sin fotografías ni bibliografía, es un libro que consta de una visión digamos personal.

Este libro tendrá continuidad en 1971 en Amistad con Miguel Hernández, otro volumen recopilatorio de artículos aparecidos en la prensa alicantina en los años anteriores, aunque éste se apoya en el elemento gráfico, pues cuenta con distintas ilustraciones, la mayoría de ellas conocidas.

Miguel Hernández en Alicante (1976), hecho en colaboración con Vicente Ramos, se escribe poco después de la obra de María de Gracia Ifach Miguel Hernández, rayo que no cesa  en 1975. En esta biografía, aparece Gabriel Celaya como promotor de la suscripción que consiguió pagar el nicho de Miguel. Esta suscripción, se inició como todos saben tras la petición de ayuda de la viuda de Hernández a Ramos y a Molina. Ésta, necesitaba 2042 de las antiguas pesetas para poder adquirir en propiedad el nicho donde desde 1942, reposaban los restos mortales de Miguel Hernández e impedir que éstos fuesen a la fosa común, ya que se adquirió entonces en régimen de alquiler y el contrato pronto expiraría. Vicente Ramos y Manuel Molina organizaron una suscripción entre todos sus amigos poetas e intelectuales de la época: Aleixandre, Diego, Cela, Buero... Estos amigos, en algunos casos, como la correspondencia cruzada permite ver, a su vez piden colaboración a otros amigos, colaboración que en los casos de personas de carácter más visceral como Celaya, le llevan a recabar públicamente en la prensa tal ayuda, algo que le enemistó con la prensa del momento y que quizá hizo que fuese conocido - sin serlo- como organizador de tan bello movimiento solidario. Ramos y Molina, que hasta la fecha habían permanecido en silencio sobre este tema de la suscripción, localizan entonces las cartas y los resguardos de los giros y le añaden una bibliografía sobre Miguel Hernández en los años 30 y un repaso a sus visitas a Alicante. El resultado, Miguel Hernández en Alicante, obra que hizo montar en cólera a la viuda, que no quería que trascendiese su pobreza en esos años. La otra obra que mencionábamos, Un mito llamado Miguel. XXXV aniversario de la muerte de Miguel Hernández (1977), es un opúsculo de 40 páginas un tanto controvertido para la crítica, que destaca el deseo de criticar y censurar sin demostrarlo, a aquellos que intentan pasar por amigos de Miguel Hernández. A resaltar la exposición de la necesidad de revisar el expediente instruido contra el poeta, que en estos momentos no era posible, y la inclusión de una pequeña cronología.

Molina destaca en estas obras por rememorar sus recuerdos elevándolos a la categoría de testimonio fiel. Defensor a ultranza de la memoria del poeta oriolano, este extremo se lleva a su máxima expresión en las dos últimas obras, que no pretenden otra cosa, según él, que denunciar las falsedades y los malentendidos tan extendidos siempre alrededor de lo hernandiano.