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Premios Literarios Miguel Hernández 2024 Exposición Bibliográfica Miguel Hernández Genealogía de Ramón Sijé

Coetáneos de Miguel Hernández

Juan Ramón Jiménez

 



El padre de una de las criaturas más tiernas y conocidas de la literatura española, el burrito Platero, vio la luz por primera vez a las doce de la noche del 23 de diciembre del año 1881 en la ciudad onubense de Moguer, en el seno de una familia de cultivadores y exportadores de vino, siendo su padre castellano y su madre andaluza.

En 1887, la familia se traslada a la Calle Nueva, al domicilio que más tarde se convertiría en Museo.

La infancia del poeta, al decir de muchos, se encontró condicionada por la situación social de la Andalucía de finales de siglo, totalmente clasista, y que le llevaría a estar alejado y sin relación con lo externo, reconociendo que jugó poco y pasó gran parte de su tiempo en soledad. De hecho, él siempre dijo tener la sensación de saber de la realidad como quien contempla algo desde una ventana, desde la distancia, sin participar. Sobre esta faceta, que haría de él para siempre una persona insegura, resulta importante el testimonio de su prima María en una carta que le envía y en la cual le describe como "un niño de los que sabían ponerse enfermos a tiempo para salirse con todos sus gustos y ganarse todos los mimos y hacer siempre su santa voluntad".

Sus estudios, los inicia a la tierna edad de once años como alumno interno en el colegio de los jesuitas del Puerto de Santa María (Cádiz), ahondando cada vez más en esa inseguridad y falta de relación con el mundo exterior de las que adolecía el escritor onubense. Ahí coincidirá con el también poeta Fernando Villalón. Sin embargo, el internado servirá también para que se empiece a gestar el mundo poético juanramoniano: el mar, sinónimo de lo bello y lo luminoso, la soledad, y la introspección, que aumentará cuando se acerque al simbolismo francés en sus lecturas poéticas de juventud. El resultado de esas lecturas será su propensión a la melancolía.

Tras esta primera experiencia fuera de lo que había sido su hogar, su mundo, el poeta se traslada en 1896 a Sevilla para iniciar en su universidad los estudios de Derecho. Sin embargo, eran la poesía y la pintura lo que más atraía al joven Juan Ramón en esos momentos, que inicia su aprendizaje pictórico en un taller neoimpresionista sevillano. La carrera, que había sido elegida por imposición paterna, fue varias veces retomada y abandonada, hasta que la familia acabó por asumir y alentar su vocación. Una decisión asumida por lo acomodado de la situación familiar que le liberaba de la necesidad de labrarse su porvenir como a cualquier joven del momento.

Tras estos años iniciáticos en la poesía, en 1900 nos encontramos con un Juan Ramón extrañamente exaltado, hasta el extremo casi del anarquismo, y que viaja a Madrid tras recibir una postal invitándole el 13 de abril. Ésta, la firma el poeta modernista Francisco Villaespesa, que ya conocía los primeros poemas de Juan Ramón y sus traducciones de Henrik Ibsen y Rubén Darío, hacia el que Villaespesa y Jiménez sentían mutua admiración.

En Juan Ramón Jiménez, vida y obra, serán lo mismo, hablando de su Obra, en mayúsculas, como la de un dios. Su obra, es una obra en marcha, con poemas que son constantes y se repiten, aunque a veces desaparecen de su producción posterior, una producción que evoluciona, tal y como aparece en su Antolojía Poética: primero bebiendo del Romancero, Góngora y Bécquer; luego coqueteando con el Modernismo, Rubén Darío y la poesía moderna y, finalmente, con la angustia de sus últimos años.

En Juan Ramón Jiménez la creación será su destino y lo único que podía dar sentido a su vida, un sentido que se inicia en 1900, año de su debut público en la poesía. Primero aparecen algunos poemas suyos en la prensa, y luego sus dos primeros libros. Los títulos, se los sugieren Valle-Inclán para el primero: Ninfeas y Rubén Darío para el segundo: Almas de Violeta. En estos primeros momentos hay dos constantes: la soledad y su sentido de la perfección, a lo que se unen unos valores líricos muy elementales, predominio de lo sentimental y, tras una cierta evolución, incluso el ansia de eternidad y el afán de llegar a lo abstracto.

Pocas semanas después, en mayo, el poeta harto del ambiente de Madrid, que según él, le cansa y le hastía, vuelve enfermo a Moguer, donde poco después, el 3 de julio, fallece su padre, introduciendo más presión en una cabeza con muchos problemas. Desde ese momento arrastrará una neurosis depresiva. Él la describirá como una sucesión de embolias coronarias, aunque con todos los síntomas de ser más que nada una enfermedad psíquica. Además, el fallecimiento de su padre, propicia no sólo la depresión, sino que la muerte se convierta también en tema básico de su poesía. Es tal la obsesión que en 1901 su familia le lleva al sanatorio de enfermos mentales de Castell d'Andorte, en Le Bouscat, Burdeos, y que dirigía el prestigioso doctor Lalanne, regresando en septiembre más recuperado a Madrid, al Sanatorio del Rosario. Esta estancia en el país galo, fue también aprovechada por Jiménez para contactar con el parnasianismo y el simbolismo francés, movimiento literario que ya conocía, para mantener algunas relaciones amorosas documentadas, dado lo enamoradizo del carácter de Juan Ramón, y que darán lugar a algunas de sus mejores poesías eróticas y para escribir el que sería su tercer libro, Rimas, aparecido en Madrid en 1902.

La estancia voluntaria de Juan Ramón en el Sanatorio del Rosario se alarga hasta 1903. Durante este tiempo, seguirá curando su enfermedad, pero también aumentando la nómina de sus amistades, entre las que se encuentran Machado, Valle-Inclán y Benavente y con quienes se reúne en su habitación, y de sus creaciones literarias, en las que empezará a dominar el simbolismo, como atestigua su libro Arias tristes (1903), que es fiel reflejo del traslado del parnasianismo al simbolismo de las letras madrileñas. También habría que comentar los contactos que hacia el final de 1903 mantiene con la Institución Libre de Enseñanza a través de otra de sus amistades, el doctor Simarro, que además es un gran amante de la literatura.

En 1905 vuelve a sufrir otra crisis depresiva, que le lleva de vuelta una vez más a su pueblo, a Moguer. Será este el mágico momento que le lleve a pergeñar su conocidísimo Platero y yo, pero que también le facilitará seguir escribiendo poemas amorosos de inspiración netamente simbolista. Por desgracia, en estos momentos se inicia la gradual caída en los abismos de la miseria de su familia, que tiene lugar entre 1905 y 1907.

Llegamos a 1911, momento del regreso de Juan Ramón Jiménez a Madrid, donde vuelve a afincarse, y lo hace por la insistencia de Ramón Gómez de la Serna, que ya le había publicado varios poemas en su revista Prometeo. Sin embargo, este "maridaje" de los dos genios dura poco. Juan Ramón Jiménez se siente pronto más atraído por el ambiente de la Residencia de Estudiantes que por el vanguardismo y los juegos de palabras de Ramón, instalándose en el prestigioso centro en 1913.

En esos años, Juan Ramón se relaciona también con Ortega y Gasset, relación de la que surge el homenaje a Azorín de Aranjuez en 1913 y la admiración de Ortega, que ve en él el poeta castellano de su generación, pero no lo ve claro. Juan Ramón pretendía más la exaltación de Andalucía a lo universal, y en ese marco habría que encuadrar a su Platero y yo (1917), en prosa poética, y que le daría fama mundial. De todos modos, podemos parangonarle para el caso andaluz con lo hecho por Ortega sobre Castilla o Miró sobre Levante.

En 1913, se produce un destacado de cambio en la vida y el comportamiento de Juan Ramón. Ese año va a conocer a la cultísima catalana Zenobia de Camprubí Aymar, de la cual se enamora perdidamente. Zenobia, le rechaza primero a tenor de su pasado amoroso reflejado en sus poemas, aunque éste la engaña diciendo que son sólo fruto de su imaginación, y es ella el motivo que le lleva a escribir Estío, posiblemente su mejor poemario dedicado al amor.

Finalmente, Juan Ramón conseguirá el sí de Zenobia, con la cual se casa finalmente en Nueva York en 1916, en la iglesia católica de St. Stephen. Ese mismo año, traerá además muchos más cambios que el resultante de su estado social: en primer lugar, en el viaje de novios vuelve a descubrir el mar como símbolo poético, cambiando el prometido libro de amor a Zenobia Diario de un poeta recién casado por Diario de poeta y mar. En segundo lugar, estamos ya ante el inicio de su nueva etapa de producción poética, la poesía pura, que tanta dificultad de entendimiento originaba. Finalmente, toma contacto con la poesía anglosajona de la mano de su esposa, la mejor traductora de Rabrindanath Tagore. En estos momentos, el mar aparecerá como motivo trascendente de su poesía, simbolizando la vida, la soledad, el presente, pero también aparecerá poco después fruto de la muerte de su madre, un alejamiento del cristianismo y un acercamiento al panteísmo germano como Goethe, por el que sentía admiración.

Esta época sería su segunda época o intelectual, característica del novecentismo y divisorio de su obra, denominando en algún momento a sus obras anteriores "borradores silvestres", fruto de su etapa sensitiva, que tienen como metas la desnudez y la totalidad, y que incluso le llevan después de 1916 a 1923 a intentar crear una poética nueva con un léxico perfeccionado.

Merced a toda esta bonanza antes relatada, el poeta se encuentra pletórico: encabeza movimientos de renovación poética, dirige algunas de las más prestigiosas revistas literarias del momento, como Sí ó Índice, y anima a los jóvenes poetas del 27.

Llegados a este punto, habría que hacer mención al carácter de Juan Ramón, muy generoso pero también difícil. Un carácter, fruto de la infancia como ya comentamos y de sus problemas de salud y que cuando no le puso en aprietos, sirvió para alejarle de la actualidad cultural, como fue el caso del homenaje a Góngora, en el que se negaría a participar por un malentendido al colocar sus poemas debajo de los de Unamuno. Algunos de los que le trataron y conocieron a fondo, como el sevillano Luis Cernuda, hablaban de él como un Dr. Jeckill y un Mr. Hyde, y otros como José Bergamín "sufrieron" los insultos que Juan Ramón terminó profiriendo contra la generación del 27, a los que denominó "mariconcillos de playa", y a los que Jiménez vio alejarse de su influencia. Hubo, sin embargo, actitudes que contribuyeron también a enconar las posturas de Juan Ramón, como el telegrama que Luis Buñuel y Salvador Dalí le envían: "Amigablemente. Te felicitamos por tu Platero y yo. Es el burro más burro de todos los burros que hemos conocido" o las discusiones que su visión de la poesía, la poesía pura, iba a generar, poesía opuesta a la de sus antiguos discípulos, que rápidamente iban a abrazar la "causa" de la poesía impura, abanderada por el chileno Pablo Neruda desde la revista Caballo Verde para la Poesía en 1935 y que publicaría dicho manifiesto.

Juan Ramón siguió publicando, siendo ejemplos de ello Piedra y cielo (1919),(1923). Además, publica su Segunda antolojía (1898-1918), que aparece en 1922. Esa labor antológica, la continúan la serie de revistas que desde 1921 a 1927 van a aparecer y que recogen parte de su obra en prosa y verso, además de dar a conocer obras de escritores afines, junto con sus Cuadernos, en los que se incluyen poemas, cartas y "retratos líricos" de diferentes escritores, realizados con una gran penetración en el personaje.

Con el estallido de la guerra civil, Juan Ramón Jiménez, se mantiene del lado de la República y vuelve a mostrar su lado más humano cuando acoje en su casa a los niños huérfanos, para los cuales donará sus ahorros una vez que en agosto deba salir de España al ser nombrado agregado cultural de la embajada de España en Washington. En los Estados Unidos, se "foguea" como conferenciante, sobre todo en las universidades del sur, como Miami. Tras la caída de la República, se queda definitivamente en América, iniciando una serie de viajes a varias de sus naciones. Su residencia, la fijará en Puerto Rico, aunque también residió en La Habana, Florida y Washington.

En este exilio, que por una parte le alejaría de la realidad y, por otra, le enclaustraría en su mundo ideal, una realidad que le expulsaba además, aunque sin conseguir del todo que deje de escribir. Son los años de su etapa última o verdadera (1937-1958). De estos años de exilio son: La estación total (1946), Romances de Coral Gables (1948), Animal de fondo (1949), Dios deseado y deseante (1949), y el poema Espacio (1954) y Tercera antolojía poética (1957), obras en las que se manifiesta primero su búsqueda de Dios, causa y fin de todo, que está dentro y fuera de uno, siendo así un Dios deseado y deseante.

No debemos olvidar una faceta menos desconocida de Juan Ramón Jiménez pero no menos destacada, la de prosista. Esta faceta, sólo asumida poéticamente con su conocido Platero y yo, se tornó magistral en la vasta galería de personajes que constituye Españoles de Tres Mundos (1942), personajes que se publicarían más tarde en diarios y revistas. Sus aforismos son, igualmente, muy interesantes.

Finalmente, llegamos al año 1956, un año con una doble significación para él: por un lado, fallece su esposa, víctima de un cáncer cuyos primeros síntomas se le manifestaron ya hacia 1931, y que provocará un hundimiento general de su ya de por sí debilitada voluntad y del que no se recuperará; y por otro, se le concede el Premio Nobel de Literatura. Dos años después, el 29 de mayo de 1958, fallece en Santurce, en Puerto Rico, en el mismo hospital que Zenobia. Sus cuerpos, serán repatriados poco después por sus familiares, reposando para la eternidad en el cementerio de Moguer.

RELACIÓN CON MIGUEL HERNÁNDEZ

La relación entre Juan Ramón Jiménez y Miguel Hernández queda encuadrada por la admiración que el joven de Orihuela Miguel Hernández sentía por la poesía de Jiménez, al que llegó a confesar en una carta que había llegado a leer más de 50 veces su Segunda Antolojía, "aprendiéndome algunas de sus composiciones". Incluso, llega a mencionar esa admiración por el poeta de Moguer en las primeras entrevistas que se le hacen.

Con anterioridad, es otro hernandiano, Francisco Martínez Marín, el que recoge una anécdota poco conocida. Invitado Hernández a un recital de poesía en el Colegio Santo Domingo de Orihuela, al terminar fue invitado a declamar y Hernández recitó "La carbonerilla quemada". Después de esta anécdota, Manuel Molina en su artículo "Tres proximidades inolvidables", recuerda la Fiesta de San Antón de 1934, la presentación de Josefina Manresa como novia oficial y un recital de versos de Juan Ramón Jiménez por parte de Miguel.

Un año antes, y como recogen el diario El Luchador, de Alicante, del 2 de mayo de 1933 y más tarde Vicente Ramos y Manuel Molina en Miguel Hernández en Alicante (1976), los versos de Juan Ramón Jiménez fueron también objeto de recitación, junto a los de Rafael Alberti, Federico García Lorca y Miguel Hernández en una fiesta en el Ateneo de Alicante, que contó con la colaboración de Ramón Sijé.

Pero además, Juan Ramón Jiménez es una de las grandes influencias del poeta oriolano, y en ello hay acuerdo por gran parte de la crítica. Ejemplos de ello son María de Gracia Ifach, que estima el lirismo de la primera época de Hernández como poseedor de "clarísimos ecos de Juan Ramón Jiménez", siendo uno muy claro el uso en ambos de la cabra como fórmula que exprese la feminidad. Marie Chevallier es otro ejemplo de crítico literario que también observa similitudes, como el tratamiento de las dualidades a la hora de establecer una descripción.

El contacto más intenso entre ambos poetas, Hernández y Jiménez, se produce gracias a la intervención de Juan Guerrero Ruiz, al que García Lorca bautizaría "Cónsul general de la Poesía", y al cual le cuenta Hernández sobre esta mediación en una carta fechada el 30 de mayo de 1933. En ella le explica cómo Guerrero al oírle en el Ateneo de Alicante recitar la "Elegía de la novia-lunada", se la pide para enviarla a Juan Ramón. Ese año, le dedicaría Hernández al de Moguer la "Elegía de Gabriel Miró" aparecida en La Verdad, de Murcia en junio de 1933.

Juan Guerrero Ruiz estuvo siempre muy atento a todo y a todos. No olvidemos que hasta que ocurrieron algunos de los incidentes ya relatados, Juan Ramón se fijaba en todo cuanto hacían y decían los integrantes del grupo del 27, y que él consideraba suyo. De hecho vivió en la Residencia de Estudiantes durante un tiempo para empaparse de ese ambiente que la rodeaba. Pero los ojos de Juan Ramón no sólo estaban fijos en el 27. Es el caso de Miguel Hernández, del cual recuerda una visita en la que acompañó al de Orihuela a casa de Neruda y en la que ya estaba Delia del Carril, Rosa Chacel, Maruja Mallo... El relato de esta visita parece ser que le sirvió también de pretexto para poner al corriente a Juan Ramón por un lado de cómo se desarrollaban las reuniones del grupo, de ahí la mención a los chistes que se improvisaron sobre el libro Cántico (1928) de Jorge Guillén y las actividades laborales de Miguel Hernández en ese momento, colaborando con Cossío en la elaboración de algunas de las biografías de la enciclopedia Los toros.

Por fin, el contacto personal que tanto anhelaba Hernández se produce el 15 o el 16 de enero de 1936 en Madrid. El motivo, es pedirle una colaboración para el número extraordinario de El Gallo Crisis que algunos amigos pensaban publicar tras el fallecimiento de Ramón Sijé. Este contacto impresiona de manera profunda al oriolano, que recuerda la generosidad y la atención con la que le distinguió al recibirle.

Pero ese no fue el único contacto. También con Ramón Sijé como pretexto, Miguel se encontrará una vez más con el de Moguer. Será el 27 de abril de 1936. La visita duraría media hora y tenía como fin el que Juan Ramón Jiménez le ayudase para poder editar un ensayo de Ramón Sijé referido al Romanticismo.

Las visitas, hay que reconocer que tienen delante una cierta "preparación", por denominarla de alguna manera. La preparación no es otra que una cálida relación epistolar iniciada en noviembre de 1931, cuando Miguel está en visperas de marchar a la capital y arde en deseos de mostrarle el cuadernillo en el que ha recopilado sus poesías. En principio, esta petición no se conoce que obtuviese respuesta, pero sí que actuará haciendo, como ya hemos visto, que el poeta le recibiese por dos veces en su casa y elogiando de manera pública sus obras.

El reconocimiento del poeta oriolano se debe a Juan Ramón Jiménez. Éste, tras conocer los seis sonetos y la Elegía a Sijé que aparecieron en la Revista de Occidente, le dedica una crítica de lo más elogioso en el diario madrileño El Sol, el 23 de febrero de 1936 y que consagraría a Miguel en el círculo poético de la capital. El texto de su reseña, harto conocido sobre todo en sus últimas líneas, pasamos a reproducirlo seguidamente:

"Con la inmensa minoría: Crítica"
Verdad contra mentira, honradez contra venganza. En el último número de la Revista de Occidente, publica Miguel Hernández, el estraordinario muchacho de Orihuela, una loca elejía a la muerte de su Ramón Sijé y 6 sonetos desconcertantes. Todos los amigos de la "poesía pura" deben buscar y leer estos poemas vivos. Tienen su empaque quevedesco, es verdad, su herencia castiza. Pero la áspera belleza tremenda de su corazón arraigado rompe el paquete y se desborda, como elemental naturaleza desnuda. Esto es lo escepcional poético, y ¡quién pudiera esaltarlo con tanta claridad todos los días! Que no se pierda en lo rolaco, lo "católico" y lo palúdico (las tres modas más convenientes en la "hora de ahora", ¿no se dice así?), esta voz, este acento, este aliento joven de España".

Pero la sintonía entre ambos poetas, seguirá durante bastante tiempo. Miguel Hernández, pedirá la colaboración de Juan Ramón Jiménez en forma de un poema para la naciente revista Silbo, que saldría en mayo de 1936. El poema es "El pasado", y sería editado con dibujos de la pintora Maruja Mallo, y Miguel Hernández, publica en la misma revista el soneto "Al que se va".
Hernández, se sentirá orgulloso de contar entre sus amigos poetas más admirados a Juan Ramón Jiménez, algo que le lleva a citarle por dos veces en el poema "Llamo a los poetas" de su libro El hombre acecha.

La guerra civil se interpondría para siempre entre los dos poetas, aunque por fortuna, Juan Ramón Jiménez no olvidaría nunca desde su exilio el valor del "estraordinario muchacho de Orihuela", un reconocimiento que se plasmaría en conferencias y en textos que todavía siguen haciéndose públicos.

Una de estas actividades es la conferencia pronunciada en la Universidad de Río Piedras en Puerto Rico con motivo del aniversario de la muerte de Cervantes el 23 de abril de 1954. Juan Ramón Jiménez, alude a miguel como "el único poeta, joven entonces, que peleó y escribió en el campo y en la cárcel". Hay no obstante un pero por parte del maestro de Moguer, al achacarle un didactismo de por vida fruto de sus contactos juveniles con los frailes. Pero no acaba todo ahí, pues califica a Perito en lunas de barroquismo inaguantable, resabio de una juventud que le asimila a los seminaristas y que hace intuir que no gustaron los efectos gongorinos de sus versos.

En cuanto a los textos, destacaremos también el que le dedica en su obra en prosa Españoles de Tres Mundos. En esta, es quizá un poco menos "agresivo" y un poco más laudatorio de la personalidad y la obra del poeta de Orihuela, y así dice que destaca la belleza y la fuerza de El rayo que no cesa, que "Si sigue así este rayo, ¿dónde llegará él, dónde llegará, con él la poesía española de nuestro siglo?", se preguntaba Juan Ramón Jiménez.