Coetáneos de Miguel Hernández
Rafael Azuar Carmen
Rafael Azuar Carmen nace en Elche el 14 de enero de 1921. Pasará su infancia entre dos localidades del interior de la provincia de Alicante: Monóvar primero y Muchamiel después. Para poder continuar con sus estudios, se traslada en 1930 a Alicante a estudiar el Bachillerato, y es aquí donde coincidirá con Vicente Ramos, otro exponente del grupo literario alicantino de la posguerra. El Instituto de Segunda Enseñanza va a ser el catalizador de una fructífera amistad, continuada luego con sus visitas a la Biblioteca Municipal, donde inician sus lecturas. Éstas, primero se acercan a la persona y a la obra de otro alicantino ejemplar, Azorín. Hacia el año 1936, el director del archivo, anexo a la biblioteca, Eduardo Irles, viendo cuáles eran las lecturas preferidas de estos entonces estudiantes, les hablará de su amigo ya fallecido, Gabriel Miró, regalándoles a cada uno un ejemplar de una de sus novelas, La novela de mi amigo.
Por si fuera poco el contacto de ambos con la literatura, deciden iniciar reuniones en las casas de ambos para comentar los textos que iban conociendo y leyendo de Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío, Tagore (al cual conocían por las traducciones de Juan Ramón y su mujer, Zenobia), José María Vargas Vila, y otros, dándose incluso un intercambio de los textos que ellos empezaban a escribir.
Lamentablemente, poco después se inicia la guerra, que en principio no hace sino estrechar más estos lazos y los nuevos lazos que se van a ir tejiendo con nuevas adscripciones, como es el caso del oriolano Manuel Molina, al cual conocían desde 1935.
La Guerra Civil transcurre de manera muy pacífica para Rafael Azuar. Por suerte para él no es movilizado, dada su juventud, transcurriendo este convulso periodo rodeado de la paz y la tranquilidad del campo del interior de Alicante.
Parece que incluso desempeñó labores como maestro, tal y como hacían sus padres. Gana un premio de Pedagogía, el Ricardo Vilar, en 1936, aunque tras la Guerra Civil, fue depurado, cursando entonces los estudios de Magisterio aprobados por el nuevo Régimen.
En 1939, tras finalizar la guerra, Azuar se reencuentra con Vicente Ramos y Manuel Molina, a los que se une el dibujante publicitario Francisco García Sempere. Juntos, redactan Renacer del silencio, que se realizaría con la máquina de escribir del músico José Reolid. Esta obra, hoy perdida y de la cual sólo se realizaría un ejemplar mecanografiado, comprendía poemas en prosa y en verso que en general no hacían sino llamar a la esperanza en los difíciles tiempos que se vivía. El libro, nunca editado como hemos dicho, sin embargo les sirve de aglutinante para decidirse por la poesía, que irá poco a poco llenando sus almas.
Ya tenemos aquí al primer grupo literario alicantino de la posguerra constituido. Está formado por el dibujante publicitario y poeta (aunque cada vez menos) Francisco García Sempere, al cual conocen durante los momentos finales de la Guerra Civil, Manuel Molina, Rafael Azuar y Vicente Ramos.
Con ese bagaje obtenido con Renacer del silencio y la vitalidad que les aúna, Rafael Azuar y los demás se embarcan en otra empresa editorial, la revista Arte Joven, de la cual sólo aparece un número, el de enero de 1940. A ésta, le cabe el honor de ser la primera revista poética de la posguerra civil, adelantándose a Cancionero, de Madrid, o Cuadernos de poesías de Madrid y Barcelona (1941).
Esta revista se va a gestar en una de las habitaciones de la casona de La Asegurada, en la que Sempere vivía y trabajaba, y en ella colaboraron también otros dos destacados miembros del grupo de Orihuela, Carlos Fenoll y Adolfo Lizón Gadea.
De esta revista apareció un solo número, más que por problemas monetarios por problemas de obligaciones personales, que disgregaron momentáneamente el grupo: Vicente Ramos marcha a Valencia a estudiar, Azuar ingresa en la Escuela Normal de Maestros, Manuel Molina es llamado a filas otra vez, pues debe cumplir el servicio militar obligatorio en tierras de Castilla, y además, García Sempere se dedica cada vez más al dibujo y menos a la literatura.
Tras esta aventura, Rafael Azuar publica los versos de "Dafnis y Cloe", que se encuentran plenos de gracia y musicalidad, teniendo que esperar hasta 1943 para encontrarnos otra vez con una tentativa editorial del grupo.
Se trata de Intimidad Poética, una doble hoja de poesía en la que participan además de Rafael Azuar, Manuel Molina y Vicente Ramos. En su primer número, sólo llevará tres poemas, uno de cada uno, junto con una especie de manifiesto o declaración de intenciones. Con él, según ellos, pretendían combatir el neoclasicismo garcilasiano y el esteticismo imperantes, abogando por una poesía quizás impura, pero que ennoblece la vida y todo lo relacionado con ella y que estaba en consonancia con el dolor vivido en esos difíciles momentos por la sociedad de la posguerra.
La revista se va a mantener con ese formato de hoja volante hasta marzo de 1944. después de esa fecha, con ocho números a página doble en la calle y que se adquirían mediante suscripción de 2 pesetas, pasa a disponer de 20 páginas y de una cabecera a 2 tintas, ampliándose además la nómina de colaboradores.
Llegados a 1945, Azuar publica Perlas del silencio, constituyendo el quinto volumen de la Colección Leila. Contaba este volumen con un prefacio de Vicente Ramos, recogiendo unos versos musicales, nostálgicos y límpidos que gozan de una mayor sensibilidad y personalidad que los de Manuel Molina. Ello es debido a que Rafael Azuar presenta una mayor y más pronta madurez lírica, quizá debido a la situación casi idílica de que va a disfrutar en el campo alicantino del interior. Vicente Ramos habla muchas veces de él como del primer mironiano, siendo curioso cómo van a intercambiarse sus aficiones literarias en estos momentos. Azuar, digamos que descubre desde ese momento a Azorín y deja a Miró, y Ramos lo hace a la inversa.
De este Azuar joven se podrían destacar algunas cosas. Para empezar, sus modos elegantes, con un uso muy fluido del lenguaje y del léxico, fruto de las abundantes lecturas. Lecturas que le llevan por la ortodoxia del lenguaje, o más bien por la clasicidad y serenidad del mismo, como digno sucesor de Miró. Él es quien de hecho persuadirá a Ramos para que profundice en el conocimiento de Miró. Como buen alicantino, presenta además una gran preocupación por el paisaje, por la luz de Alicante y el Mediterráneo, pero todavía adquiere más notas distintivas. Gracias a esas lecturas que mencionábamos, y quizá por influencias de su amigo Ramos, en su obra se ven unas tímidas influencias germanas, cifradas por algunos en Hölderlin y Rodenbach, pero no son las únicas, pues hay rasgos rastreables de Juan Ramón Jiménez y Tagore, como ya dijimos, Mistral, Ortega y Gasset y, finalmente, Unamuno, junto a Miró y Azorín. Estos últimos estructurarían su estética y su técnica y fijarían su sensibilidad.
Colaborará más tarde en la revista Verbo, por la cual desfiló lo más granado de las letras lucentinas, pero también poco a poco de las letras españolas.
Tras esta aventura participa también de la mano de su viejo amigo Vicente Ramos y de la mano del Instituto Social Obrero en el Boletín Ifach. Era marzo-abril de 1949, perdurando hasta mediados de 1950 y contando incluso con alguna que otra ayuda de tipo institucional.
Como amigo de Vicente Ramos, vamos a verle también colaborando en la revista Sigüenza, más concretamente en el número 3, aparecida en enero de 1953. Aparece aquí un bello poema titulado "Oración por el mar", de léxico colorista, luminoso, y que además caracteriza perfectamente el paisaje, el mar.
En 1959, el Aula Gabriel Miró le edita el libro de relatos Vivir y contar, que se compone de textos de Ramos y otros, además de los propios de Azuar.
Hasta ahora hemos mencionado casi de forma exclusiva su faceta lírica, pero Azuar también se dedicó a la prosa, y con bastante éxito. Por un lado, y mostrando una gran preparación literaria y un perfecto uso del lenguaje, se inició en la novela con la hasta ahora inédita Las voces del viñedo solitario, que muestra, fruto de la temprana época en la cual la concluye (1943), su tendencia a emular a Azorín. A ésta, le seguirán entre otras Teresa Ferrer (1954), Los zarzales (1959), Llanuras del Júcar (1965),Modorra (1967),premiada con el Premio Café Gijón, Las raíces y otros cuentos (1971) o Crónicas del tiempo de la monda (1978). Por otro lado, y deseando despertar en sus lectores la afición por la literatura, es autor de varios ensayos relacionados con la literatura. Entre estos podríamos destacar: El diálogo en la novela (1967), El diálogo y los personajes en la novela (1970), Diario incompleto (1972) y "Sobre los sonetos de Miguel Hernández" (1975), este último anunciando tímidamente otra destacada faceta de Azuar como prosista: la de crítico y columnista periodístico, desde la que acaba erigiéndose también como fuerte bastión para la defensa del hernandismo, tanto de su figura, como de su obra, en unos momentos de cierta alteración en el Parnaso español: manifestaciones de Luis Antonio de Villena, el rescate de las declaraciones de Luis Cernuda en contra de la poesía hernandiana o las declaraciones y la actitud de Francisco Umbral, escasamente comprensiva con la poética hernandiana.
Por suerte, también y desde esa misma "cátedra" se dedicará también a ejercer labores de magisterio sobre la vida y la obra de Miguel Hernández. ¿Deformación profesional o admiración? Quizá las dos.
En 1980 aparece un volumen titulado Alicante y lo alicantino y editado por el Instituto de Estudios Alicantinos. Son 23 pequeños textos que no pretenden sino evocar Alicante, su esencia, sus tierras, sus gentes y su cultura y por supuesto, su luz, tan presente también en la pluma de Azuar, a los que acompañan 18 poemas en los que también se pueden ver reflejados distintos aspectos de Alicante, desde el mar a las palmeras, pasando por personajes como Miguel Hernández o Gabriel Sijé y ciudades como Benidorm o aspectos culturales y festivos como Semana Santa o los conciertos de la Explanada en junio (en Hogueras).
Rafael Azuar, falleció en 2003 en Alicante, después de una vida de intensa dedicación a la literatura y a Alicante, fruto de sus desvelos en muchos de sus textos.
La preparación literaria de Rafael Azuar, como ha quedado demostrado, ha sido muy sólida. Es un poeta eminentemente lírico, y así se deduce de unas declaraciones suyas de 1958: "La poesía responde a una visión interior de las cosas; es un modo de adivinar lo esencial de la realidad". La poesía, seguía diciendo, es un "sueño de alas altas", pero que sin embargo podemos ver que no escapa del dolor de los momentos presentes, y como ejemplo, no tenemos más que asomarnos a su composición "Elegía a un estudiante".
Para otros críticos, y fruto de ese amor por la palabra, es un perfecto impresionista, presto siempre a hacernos unos apuntes de lo inmediato, como muy bien ha destacado Manuel Molina. Libre de reiteraciones e insistencias, sin embargo sabe darle a sus poemas la correcta dimensión para describir el hecho, el suceso, la persona..., y siempre con música, gracia y ritmo.
La luz suave del Mediterráneo, el colorido de las huertas, de sus montañas y de sus campos ondulados, de su vegetación, todo lo visto, vivido, respirado por Rafael, aparece en su obras, obras desarrolladas con una brillantez acusada en cuanto a lo que constituye el uso de las metáforas, del ritmo, de la métrica, de la palabra en definitiva.
Azuar siempre mostró una poesía de verdades, plena de esencias, y que no pueden desentenderse de lo humano. El poema es la imagen de la vida, siendo el poeta una de las mayores situaciones vitales.
Con esta declaración de intenciones no es de extrañar que Rafael Azuar tenga por temas primordiales en su obra el amor, la justicia, la verdad, la libertad, la generosidad, pero ello sin olvidar que a veces hay temas que están escamoteados, que hay que aprovechar que se tiene esa maravillosa herramienta que es la palabra para hacerlos notar. Con esta herramienta, se podrá luchar contra la violencia, contra la coacción, contra todo lo que humille al hombre.
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