Continuando con la intensa labor recopiladora que desde sus inicios lleva desarrollando, la Fundación Miguel Hernández, desvela en la edición de julio de la revista literaria digital, ‘El Eco Hernandiano’, la condición del poeta oriolano como socio del Ateneo de Madrid junto a otras personalidades ilustres de la época . En 1968 el Ateneo de Madrid editó una interesante memoria de actividades del quinquenio 1962-1967. Entre los variados contenidos que recogía figuraban, además de una introducción del por entonces presidente de institución, José María de Cossío, una extensa relación de personalidades literarias y políticas que fueron socios de la institución entre 1900 y 1936. En esta lista, recopilada por Antonio Iglesias Laguna, figura el nombre de Miguel Hernández. Alejandro Sanz, actual presidente de la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid, afirma en su artículo publicado en ‘El Eco Hernandiano’ (www.elecohernandiano.com), que aunque no existe documentación administrativa que constate fehacientemente que el poeta fue socio del Ateneo, ya que los archivos de esos años se perdieron en manos del régimen franquista, “podemos aventurarnos a dar por cierta la información y hasta a fijar el año en que Miguel Hernández comenzó a frecuentar la institución”.
Dado que durante el período de la guerra civil el Ateneo suspendió todas sus actividades, “no cabe más que atribuir la permanencia de Miguel Hernández como socio o ateneísta entre marzo de 1934 y el inicio de la contienda”. Sin embargo, se plantean muchas preguntas que aún quedan por resolver y que merecen ser objeto de investigación. El presidente de la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid explica que cuando se edita la memoria de 1968, José María de Cossío —que había contratado a Miguel Hernández en la primavera de 1935 como secretario personal mientras elaboraba para Espasa-Calpe su famosa enciclopedia sobre los toros— es presidente del Ateneo de Madrid. Es de suponer, por lo tanto, que si el dato no hubiera sido cierto —y él lo sabría dada su estrecha relación con el poeta—, seguro que lo hubiera mandado corregir. Miguel llega por vez primera a Madrid, con 21 años y el dinero justo, el 30 de noviembre de 1931. Pese a que intenta por todos los medios darse a conocer en los círculos literarios de la capital, no lo consigue y se ve forzado a regresar a Orihuela el 15 de mayo de 1932. Aunque este viaje no fue muy afortunado, sirvió para que el poeta se abriera a las vanguardias poéticas que se gestaban y que marcarían un antes y un después en su incipiente obra. En marzo de 1934 realizaría su segundo viaje a la capital. Ya había publicado Perito en lunas en 1933 y había terminado el ciclo de sonetos El silbo vulnerado —que presentó al Premio Nacional de Literatura y que editaría por vez primera José María de Cossío—. Durante esta segunda estancia en Madrid conoció a Pablo Neruda —julio de 1934— del que tan honda huella quedó en su obra, y en septiembre de 1935 a su también maestro y mentor Vicente Aleixandre, que ese mismo año obtuvo el Premio Nacional de Literatura por su poemario La destrucción o el amor. En 1934 se organizó, a través de las Asociaciones de Escritores y Artistas Revolucionarios, un importante Congreso de Escritores en el que participó Miguel Hernández y en 1935, antes de trabajar para Cossío, colaboró en las Misiones Pedagógicas. Su vida, en estos años, había cobrado un nuevo impulso y era de lo más activa, personal y literariamente. En el mencionado artículo, que puede ser consultado íntegramente en la citada edición del mes de julio de ‘El Eco Hernandiano’, el actual presidente de la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid, afirma sin lugar a dudas que “en la relación de personalidades literarias y políticas que fueron socios del Ateneo entre 1900 y 1936” no habría ya duda que “el gran poeta Miguel Hernández merece, por mérito propio, esa distinción”.
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