Coetáneos de Miguel Hernández

Pascual José Pla y Beltrán

 

Pascual José Pla y Beltrán, nació en la localidad alicantina de Ibi del matrimonio habido entre un modesto jornalero y una lavandera el 11 de noviembre de 1908. Su padre pocas veces encontraba trabajo, por lo que su madre debía colaborar en el sustento familiar lavando la ropa de los vecinos.

Después de Pascual, nacen tres niñas, María, Mercedes y Trinidad, y Pascual inicia lo que él ha descrito siempre como una infancia desarrapada y zigzagueante. A los seis años, siendo el mayor de los hijos, ya debía cuidar de sus hermanitas, pues el hogar familiar era muy humilde. De los siete a los nueve años fue pastor de ovejas, siendo este el periodo más feliz de su vida, estando al sol y bebiendo en los arroyos. Su inconsciencia le valdría ser coceado por una mula rompiéndole un brazo o distintas reprimendas, más o menos duras, porque algún ejemplar del rebaño que debía cuidar moría, al carecer de su atención, puesta lógicamente en sus infantiles juegos.

Poco después de esto, sus padres se separan. Los cónyuges reñían mucho, terminando por llevarse la madre a los cuatro, aunque en principio él iba a quedarse con su padre y sus hermanas con su madre, abandonando el campo de Ibi para aprender el trabajo de molinero, aunque sin solución de continuidad. Será tanta el hambre que sufre Pascual que se ve obligado incluso a cometer de vez en cuando pequeños hurtos de alimentos que suele consumir a hurtadillas, aunque algunas veces comparte algo con sus hermanitas. Los hurtos los conocería poco a poco todo el pueblo, llegando a tener conocimiento de ellos no su madre, pero sí su padre.  Éste, le pide que sea honrado, pues "de lo contrario te voy a tener que aplastar como a un sapo". Con esto, la figura del padre adquiere así una dimensión negativa, plena de rencor y dolor, que tratará muchos años después de limpiar, aunque sin terminar de perdonar a su padre, que termina sus días en un asilo de indigentes sin que a nuestro personaje le importase lo más mínimo.

Pascual no perdonó nunca al hombre que abandonó sus deberes de padre un día en la Explanada de Alicante. Pascual y su hermana pensaban que estaban dotados de algún maleficio que traía la mala suerte y la desgracia a quien estuviese junto a ellos. Por esa razón, pensaron en pedir irse con su padre. Su madre quedaba libre del cuidado de dos bocas, y con un poco de suerte, ellos conseguirían su objetivo: que la mala suerte fuese tan tremenda para con su padre, que falleciese. Pues bien, se concierta la cita un día, y tiene lugar en Alicante pues su padre trabajaba entonces en una fábrica de helados en la capital lucentina. Cuando el padre se entera de que debe quedarse con los pequeños, echó a correr "como un gamo", como dice Pascual Pla, sin que después de más de una hora corriendo pudiesen darle alcance. Tras esto, acordarían no separarse nunca los cinco.

Con Pascual ya con 11 años cumplidos se trasladan a Alcoy buscando fortuna. Su madre y su hermana mayor se colocan de lavanderas, viviendo todos en un cuarto de hotel, en el cual para que se acueste Pascual, debía esperar a que las hermanas se levantasen.

Pascual intenta entonces varios oficios: dependiente en una casa de monederos y carteras, reparando bicicletas para un taller..., hasta que pasa a  desempeñar el oficio que más ensombreció su vida, el de hilador mecánico, en diversas fábricas. Fueron ocho años en una dura ocupación que llegaría por desgracia a pasarle factura a su salud, convirtiéndole en un jorobado, un ser deforme en su espalda y que le hace parecer un personaje kafkiano: "mi columna vertebral se dobló en un 3 arbitrario que estigmatiza la existencia".

La falta de recursos económicos en su familia no le alejó sin embargo de la cultura. De hecho, él era analfabeto, pero llega el momento de plantearse si seguir en la fábrica o luchar por mejorar. Decide dejar la fábrica y se traslada a Valencia a vivir como un nuevo Cervantes o un nuevo Valle-Inclán, también mutilados en la lucha por el pan.  Allí, vive casi en la biblioteca, pues de tan ansioso como estaba por superar su falta de formación dedicará jornadas de más de 16 horas diarias a leer: Bécquer, Cervantes, Rubén Darío, Valle-Inclán, y por supuesto a Azorín y a Gabriel Miró. Son eso, lecturas de juventud, pero que ponen alas a su pluma, pero de manera muy torpe, intentando aunque sin acabar de conseguirlo, el copiar a esos  "maestros" de juventud en sus primeros y toscos versos, que aparecen en la prensa local del momento.

En Valencia, se reune también en tertulias y acude a la escuela nocturna. En cuanto a las tertulias, acude sobre todo a la del café "El trabajo", que era mitad café, mitad escenario bohemio, visitándolo en algunas veces Juan Gil-Albert.

Inicia entonces el envío de poemas a los periódicos El Noticiero Regional, La Voz de Alcoy, La Gaceta de Levante y ofrece recitales poéticos, del que es ejemplo uno que tuvo lugar en 1929 en Alcoy, presentado por Alcina Navarrete.

Será ahí, en Valencia, donde se desarrolle la mayor parte de su producción literaria que, además, se expresará en castellano en su mayor parte.

Su primera obra publicada será el libro modernista La cruz de los crisantemos, que se edita en Alcoy en 1929. El volumen se abre preguntándose ¿quién soy?. La respuesta es rápida, tajante: "Soy un hombre de figura ridícula que sueña con la gloria literaria". Muestra así sus dos escalas: la realidad y la imposibilidad.

Continúa leyendo, y lee ahora a los poetas del 27, La Gaceta de Levante y entre otros a Rubén Darío, Bécquer y Núñez de Arce. Estas lecturas permiten además poco a poco a Pascual Plá conseguir una métrica más libre y menos encorsetada sintácticamente.

También es importante destacar, por la importancia que tendrá luego, las amistades que hace entre los dibujantes, pintores y escritores en la Valencia del momento, yendo además de tertulia en tertulia.

Estos años iniciáticos en Valencia son también de dificultad. Su hermana Mercedes enferma y fallece poco después. Este trágico suceso afectará a la exigua economía familiar.

A este primer título le sucede, un año después, en 1930, y también editado en Alcoy Huso de eternidad, que lleva dos poemas de Miguel Alejandro, un retrato realizado por Josep Renau y la cubierta que es obra de Juan Renau.  Esta obra, debe ser adscrita al grupo del 27, destacando en ella algunas composiciones, como "Romance de palmera a orillas del río" o "Marinero músico", entre otras.   

En 1931, funda Murta, un mensuario de arte y literatura que dura cuatro números (hasta febrero de 1932) y que cuenta con la intervención de Duyos y Ramón Descalzo Faraldo. En ella, colaboran Aleixandre, Cernuda, Garfias, etc. Ingresa entonces también en la Juventud Comunista, algo que le obligará a pasar una temporada encarcelado en Valencia.    

A su salida, ya nos lo encontramos incorporado totalmente al PCE y a la UEAP (Unión de Escritores y Artistas Proletarios). Aquí, se relaciona con José y Juan Renau, Ángel Gaos, Gil-Albert e incluso Max Aub, adhiriéndose al manifiesto de la Asociación de Amigos de Nuestro Cinema, que firma, pero sobre todo, se produce ya el cambio en su poesía, que pasa a ser una poesía social, de un radicalismo extremo en libros como Narja, Poemas proletarios, editado en Valencia en 1932. Este, había sido considerado por la crítica especializada como el primer libro de poesía comprometida proletaria publicado en España, aunque en fechas muy recientes ha sido desplazado de tal puesto por Inquietudes, obra de José Antonio Balbontín y que se publicó en 1925.

En el año 1933 se producen también los dramáticos sucesos de la revuelta de Casas Viejas, que le motivan para crear un verso muy épico que va a publicar en la revista Octubre. Pero su compromiso social no ha hecho más que empezar, llegando incluso a poner dinero de su pobre bolsillo para denunciar con los escritos de su pluma el latifundismo andaluz o la rebelión de Asturias de 1934.

A Narja, le seguirán Epopeyas de sangre, 7 poemas revolucionarios en 1933, también con cubierta de Renau, Hogueras en el sur (Poemas de campesinos) en 1935, que lleva un prólogo con carácter autobiográfico, Voz de la tierra (Poema en rebelión) también en 1935 y Camarada (Poema del amor y la angustia), también en Valencia en 1935 y con portada de Juan Renau, siendo estos dos últimos títulos obras más maduras, con un mayor cuidado en la forma y una tendencia razonable al neo-romanticismo.

De entre la crítica especializada, quizá haya sido Víctor Fuentes el que mejor ha comprendido el alma de Pla, un alma que, agobiada por lo que para él suponía el progreso, la empresa, el trabajo y la despersonalización, firmaba como Pla y Beltrán, y que para él, es el más auténtico representante de la poesía proletaria o bolchevique.

Pla era consciente de su poesía, calificando a la misma de "gritos", unos gritos que procuró armonizar con otras actividades que también iban a ser como sus versos, reivindicativas, se trata de las traducciones. Pascual Pla colaboró con David Vigodsky para traducir a Velimir Khlebnikov en Isla.

Pero no todo fue poesía y traducción. Aficionado al teatro, cultivó también esta faceta: Seisdedos, Tragedia campesina, publicada en Valencia en 1934, es un ejemplo.

Su poesía, muy del agrado de varios directores, casi posibilita que la revista aragonesa Noreste le publique un libro que tenía proyectado. Seral, director de la misma, le dedicó uno de sus Poemas del amor violento, aparecidos en 1933.

Con el estallido de la guerra civil, su defecto físico le impide vestir el uniforme de la República, empuñando sin embargo la pluma con gran dolor, pues valor personal tenía de sobra. Se va a incorporar entonces a la Alianza de Intelectuales Antifascistas, publicando entonces diversas obras, como Poesía revolucionaria (Antología: 1932-1936), publicada en Valencia en 1936, o Uno de blindados, también publicado en Valencia en 1938.

No hay que olvidar, por la relevancia de los títulos en los que interviene, su contribución a las publicaciones de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Se trata de Hora de España, donde escribiría sobre el compositor mexicano Silvestre Ruedas, y de El Mono Azul.                

Como dijimos en su momento, la falta de formación durante la juventud de Pla y Beltrán le impulsó a estar siempre pendiente de cualquier manifestación cultural, aumentando ésta además con abundantes lecturas. En su búsqueda de esa ampliación de su universo cultural, viajó en 1937 a Finlandia, Suecia, Dinamarca y Francia, y sobre todo a la URSS, que le impresionó muy gratamente, tanto, que le inspiró el poema "Salud Moscú". Durante esa estancia en la URSS, conoció al futuro premio Nobel Haldor Kiljian Laxness, conocimiento que le sería largamente provechoso diecisiete años después. Inicia entonces un viaje por Armenia y Azerbaiyán, cosa de mes y medio, durante el cual enferma de bronconeumonía. Una vez recuperado, retornaría vía países nórdicos a Paris.

Antes del fin del conflicto, hubo también otra experiencia piloto importante, que llegó de la mano de Carlos Palacio y Lan Adomián, el músico estadounidense que llegó con las Brigadas Internacionales, que pondrían música a algunos de sus poemas.

El término de la guerra, marcó el inicio de una época muy dura, a la que sin embargo pudo hacer frente con bastante fortaleza y entereza. Primero, tuvo que sufrir un simulacro de fusilamiento, siendo algo que nunca olvidaría. Luego, D. Isidro Payá, marido de su hermana Trinidad, agradecido por la protección que les dispensó durante la guerra, le libró de la muerte, aunque no pudo librarle de la cárcel, en la que permaneció condenado siete años.

A la salida de la cárcel, se encontrará muy solo. Sus amigos están en la cárcel, en el exilio o muertos. Sin trabajo por su pasado y su malformación, debe ir vendiendo para mantenerse los cuadros y los dibujos que poseía, fruto de regalos de sus amigos artistas. Tan sólo le quedará un consuelo entre tanta desgracia y miseria, su primera esposa, Maruja Santacreu.

A pesar de todas las desgracias no puede abandonar la literatura, pero debe adaptarse a las circunstancias, adoptando un seudónimo para ahorrarse problemas: Pablo Herrera. Sus poemas, dejarán de ser de denuncia para pasar a ser una introspección. Publica así dos libros. Uno, es de versos: Poesía (1947), que Max Aub ve como portador de lo mejor suyo. El otro, Cuando mi tío me enseñaba a volar, es un libro de cuentos, aparecido en 1948.

Entre estas publicaciones, fallece su esposa en el Sanatorio Antituberculoso de Torremanzanas, siguiendo el triste camino iniciado en la década de los 30 por su hermana Mercedes y con el mismo condicionante, unas pésimas condiciones económicas.

Habrá que esperar un poco más, a la década de los cincuenta, para encontrarnos su firma en otras publicaciones, en este caso, revistas como Bernia, de Alicante.

Pascual empieza entonces a mirar con esperanza a Hispanoamérica, lugar de destino de muchas de sus creaciones en estos momentos: artículos, prosas, cuentos, poemas, todo tendrá cabida en las revistas que van surgiendo al otro lado del océano.

Muy poco después, tendrá noticias de Venezuela gracias a su amigo Juan Alcalde, que le habla del país como si de la "tierra prometida" se tratase. Pero esos sueños de un futuro mejor no vienen solos. Conoce a Concepción Zomeño y proyectan casarse. Lo hacen el 10 de marzo de 1953. Pronto, ella queda embarazada y deciden marchar a Venezuela, pero los retrasos y los impedimentos (hay una ley que prohibe permanecer en el país como residentes a los extranjeros con un defecto físico) se multiplican.

Por fin el 8 de enero de 1954 nace su hija Yolanda, llegándole casi a la vez la autorización para viajar. Pascual se embarca, pero lo hace para seguir a Juan Alcalde, comisionado por el dictador Trujillo para crear en Santo Domingo un museo en la República Dominicana. Allí, la entrada en el país, no se le prohibía a nadie, y Alcalde se dispone a prepararle una serie de conferencias, que impartirá Pascual en el Centro Gallego de Santo Domingo. Mientras, Juan Alcalde, con ese contrato, se va a presentar en el Consulado de Venezuela en Santo Domingo, y les dice que esa persona (Pla y Beltrán) debe hacer unas investigaciones imprescindibles en Caracas. Por fin se van desvaneciendo los obstáculos.

Pascual, llega finalmente el 1 de octubre de 1955 a Caracas, donde le esperan Juan Alcalde y Antonio Aparicio, que le preparan entrevistas y colaboraciones, en las que él se apresta a defender la Venezuela inexistente que se refleja en algunos libros de españoles del momento, como La Catira, de Cela.

Estos momentos, los va a aprovechar también para reivindicar en El Nacional, en octubre de 1959, la poesía española del momento, diciendo que nadie ha podido llenar todavía el lugar de Miguel Hernández. Conocer a diferentes escritores le resulta un importante trampolín introducirse en revistas, diarios, etc. Laxness, García Lorca, Miguel Hernández y otros son utilizados para realizar artículos de rememoración. Son artículos en los que también hablará de sí mismo, desempolvando recuerdos e incluso literaturizando su pasado.

También va a hablar de arte, sobre todo de pintores, hará reseñas de libros, breves ensayos sobre escritores venezolanos y muchos relatos, pues cada colaboración, del tipo que fuese, se pagaba muy modestamente.

Por suerte, en esos momentos va a conseguir también un trabajo fijo, en la Biblioteca Nacional de Caracas, aunque sin renunciar a la creación literaria.

En 1958 ya ha conseguido traer a Venezuela a su mujer y a su hija, proponiéndose que para que no ocurra lo sucedido con su hermana Mercedes y con su primera mujer, Maruja Santacreu, matará sus impulsos creativos para dedicarse al artículo diario, al refrito, convirtiéndose así en un galeote de la pluma.

Un año después (1959), es promovido al cargo de redactor jefe del Boletín de la Biblioteca Nacional. En ese mismo año, le hacen objeto de su trato amistoso en sendas visitas a su casa Pablo Neruda y más tarde Rafael Alberti y su esposa, María Teresa León.

Pascual murió el 24 de febrero de 1961 de un infarto mientras conversaba con su esposa. Su despedida, el día del entierro, la pronunció el escritor venezolano Casto Fulgencio López, que recordaría toda su peripecia vital y su final, desangrado para mantener a su hija, para la cual había deseado más que nada la libertad, luchando con la pluma para mantenerla lo más dignamente posible, a la que se añadiría la consecución de la nacionalidad para su esposa y sobre todo su hija, nacionalidad que aspiraba a conseguir con el subterfugio legal de que "son venezolanos los hijos de venezolanos nacidos en el extranjero".

Tras su muerte, tan sólo se ha publicado una monografía en España, obra del también poeta Antonio Gracia, y en Venezuela, una antología de textos de Pla y Beltrán, con prólogo y selección de los mismos de José Manuel Castañón, editada en 1987 por la Academia Nacional de la Historia de Venezuela.

Relación con Miguel Hernández

Relata Pascual que conoció a Miguel Hernández a través de El Gallo Crisis, revista que Ramón Sijé le mandó desde Orihuela. El mismo Pla rememora  esa relación que, a pesar de no ser fluida y continuada, sí que llevó aparejado el entendimiento, pues los dos pretendían conducir los ojos y los sentimientos del hombre a las cumbres de la poesía.

Pascual establece varios paralelismos, el origen terruñero de la poesía de ambos, pastores en la infancia... ,aunque ambos eran a la vez distintos, como él mismo revela: Miguel era una voz potente y ruda y Pascual era ternura, pureza e ingenuidad. Igualmente, es distinto el lugar desde el que van a ejercer su labor creadora: Miguel pasará pronto a Madrid, mientras que Pascual tardará en abandonar el amparo de los azahares. Lo hace cuando en 1936, Bergamín le lleve a Madrid. Allí, Rafael Alberti y María Teresa León le acogieron como a un pequeño hermano, albergándole en las dependencias de la Alianza, en un cuarto que estaba contiguo al que ocupaba Miguel Hernández. Después de que se acomodase, le llevaron a cenar, encontrándose con Pablo Neruda y Vicente Aleixandre por el camino. Fueron entonces a un hotel ocupado por aviadores, entristeciendo la cena el comentario de Malraux sobre la muerte de cierto piloto conocido de todos.

En Madrid, conoce Pascual a Miguel Hernández, con quien guarda muchas similitudes. Para empezar, era un autodidadcto como él, que crecía no a fuerza de títulos, sino de inteligencia. Pascual, asistirá a debates de Miguel Hernández y Vicente Huidobro sobre quién era el primer poeta social. Más tarde, desde Caracas, le dedicaría al menos tres artículos a su memoria.

De su estancia en Madrid recuerda otro episodio, durante una noche de bombardeo, en la que Neruda va a exclamar  "¡Si no son obuses lo que caen, sino autobuses!". Pascual estaba quejándose en su cuarto y Miguel, que le oyó, pasó a verle y a interesarse por su estado. Pascual se quejaba de unos dolores que Miguel diagnosticó como miedo horrible. Acto seguido se fue, trajo a una doctora francesa que le recetó unos comprimidos que Miguel hubo de traer y pasó toda la noche junto a Pascual. Desde entonces, cada vez que se veían, Miguel le preguntaba: "¿Se te pasó ya el miedo, Pascual?".

En julio de 1937 encuentra a Miguel Hernández en Valencia, en el II Congreso Internacional de Escritores, al que asisten entre otros Marinello, Vallejo, Malraux, Nicolás Guillén, Tristan Tzara, Antonio Machado o Pablo Neruda, siguiendo luego a los congresistas a Madrid. La "Ponencia Colectiva" española, la expondrá Arturo Serrano Plaja, y se publica en el número 8 de Hora de España.

Durante la celebración de ese congreso, relata también un encuentro nocturno entre Pascual y Miguel, paseando ambos entre naranjos y limoneros. Durante ese paseo, parece que vieron como varios aviadores caían derribados, hasta que Miguel decidió volver a las habitaciones. En ese momento fue cuando Miguel se agachó para coger un puñado de tierra y decir: "nadie va a quitarme este puñado de tierra. Es mío". Así fue. No muchos años después, esa fértil tierra de Levante le cubriría para siempre.

Estos encuentros fueron objeto de artículos en distintas publicaciones. El primero fue "Una memoria para un poeta", que apareció en la  Revista Mexicana de Cultura, suplemento de El Nacional de México, dirigido por el poeta español Juan Rejano durante muchos años, en su número 165, de 21 de mayo de 1950. En este diario aparecerían además del recuerdo del episodio de Valencia, fragmentos del poema "Las puertas de Madrid", dedicado a Madrid. Luego, el texto refundido aparecería en el diario El Universal de Caracas el 3 de abril de 1956 con el título "Memoria de un poeta. MH".  También aparece un trabajo similar titulado  "Miguel Hernández, ¡otra vez!", publicado en el número 56, de julio y agosto de 1956, de Cultura Universitaria (Caracas), en sus páginas 13-27, y que es idéntico al publicado bajo el seudónimo de Luis Carmona en Cuadernos Americanos, (vol. LXV, 5, [septiembre- octubre, 1952] pp.  265-271).

Pascual Pla también se encargó de descubrir otras facetas de Miguel. Unas veces realizando algún estudio de la escasa obra poética circulante y conocida entonces, como es el caso del artículo "Revisión de la obra poética de MH", aparecido en El Nacional de Caracas el 22 de marzo de 1956, y otras veces a través de las reseñas de libros: es el caso de la reseña al libro de José Ramón Medina (Razones y testimonios, Caracas, Asociación de Escritores Venezolanos, 1960), publicada en Revista Nacional de Cultura, de Caracas, número 142 - 143 (septiembre - diciembre, 1960), en sus páginas 257 - 259, y donde la página que trata de Miguel Hernández es la 258. En esta reseña Pascual destaca cómo para Medina sobresalen las ideas de la muerte y del amor en la obra de Miguel Hernández.