Coetáneos de Miguel Hernández

Carlos Fenoll Felices

 

De Carlos Fenoll Felices, Manuel Molina, compañero, paisano y amigo, ha dicho en alguna ocasión que éste, junto con Ramón Sijé, y Miguel Hernández, forma el tercer elemento de la "trilogía gigantesca" de las letras oriolanas, resaltando la importancia de Fenoll en la evolución de los demás y viceversa.  

Carlos Fenoll vino al mundo el 7 de agosto de 1912 en el seno de una familia numerosa y humilde. Curiosidades del destino, nació a un par de casas de distancia de la de Miguel Hernández en la calle de San Juan (hoy Antonio Piniés) y se trasladó unos años después, como Miguel y su familia, a la misma calle de Arriba. Ya desde bien pequeño tuvo que trabajar en el negocio familiar, una tahona, vendiendo el pan que en ella se hacía con la ayuda de un pequeño carro. Por esta causa, su educación fue mínima, aprendería a leer y a escribir en la escuela de pobres, única posibilidad con los magros recursos económicos de su familia, aunque al decir de algunos, aprendió sus primeras letras en la calle, con la ayuda de los transeúntes y de los rótulos del nombre de las calles y de los establecimientos. Él mismo cuenta en alguna carta que aprendió copiando los titulares de ABC, al que estaban suscritos en casa. Cuenta que veía una palabra y la copiaba, letra a letra, palabra a palabra, preocupándose más tarde de la ortografía: "cuando supe leer, me ocupé de la ortografía". Luego, ese aprendizaje lo plasmó en aleluyas primero y en "tebeos" después, que enseñaba a sus amigos.

Su padre, además de trabajar en la tahona, era un trovero, aficionado a componer versos de carácter y temática popular, algo muy demandado en las fiestas de entonces. Sólo Carlos heredará esa facilidad para versificar. Poco a poco, Carlos suplirá sus lagunas gracias a la abundancia y variedad de sus lecturas, algo que le hace parecerse a Miguel Hernández, compañero y vecino y también autodidacto como él. Carlos lee cuanto cae en sus manos: ABC, novelas como las de Dumas, Zamacois, revistas..., lee los versos de Juan Sansano, Gustavo Adolfo Bécquer, Vicente Medina, Gabriel y Galán...

Poco a poco, la tahona se transforma en el núcleo y sede de esa Generación de 1930. El Fenoll de entonces, adolescente pero adulto en muchos menesteres, acoge como si de una madre se tratase a Ramón Sijé - al que conocía por haber publicado como él también en El Pueblo de Orihuela, que recién había acabado su bachiller y se sentía atraído por su hermana Josefina- , a Miguel Hernández, que vino con Sijé pero que posiblemente ya conociese por vecindad los trabajos de Fenoll, a Gabriel Sijé, a Jesús Poveda..., él les dará pan, amistad, consejos y hasta el poco dinero que tenía. Como espectadores, más que actores activos del grupo, encontraremos a Efrén Fenoll, hermano de Carlos, y a Manuel Molina, el menor de todos, Adolfo Lizón, José Murcia Bascuñana o Antonio Gilabert Aguilar -primo de Miguel- junto a Josefina, la hermana de Carlos y Efrén Fenoll, disfrutando de las sesiones que, desde la escalera a modo de púlpito improvisado, ofrecían los primeros.

De esos años, en los inicios de la década de los 30, se puede sostener que ejerce una gran ascendencia sobre todos los integrantes del grupo. Actuando siempre en beneficio de los demás, sin buscar nunca su gloria. Será él mismo, en "La sonata pastoril", publicada el 30 de diciembre de 1929 en El Pueblo de Orihuela, el que anuncie a todos la llegada del poema "Pastoril" de Miguel Hernández, publicado el 13 de enero de 1930.

Es en esos años de 1929 a 1930 cuando van a aparecer, en el semanario Actualidad de Orihuela, las primeras colaboraciones de Fenoll a las que después, en la publicación quincenal Voluntad, se unirán las de un hasta entonces desconocido Miguel Hernández Giner (como firmaba por aquel entonces).

Sus trabajos mejoran a la par que va haciendo más lecturas, influido por sus amigos. Muestra de ello es su participación en Silbo, una hoja volante de poesía que contaría, gracias a Miguel Hernández que estaba en Madrid, con colaboraciones inéditas de los mejores poetas de España. Esta hoja deberá su nombre al título del poema de Hernández "El silbo de afirmación en la aldea", contando esos maravillosos pliegos de color amarillo canario con dibujos de la pintora gallega Maruja Mallo, amiga de Miguel Hernández. Además, constarían de un pequeño apéndice, un pequeño librito que iría en verso o en prosa y que se compondría de trabajos inéditos de tres o cuatro autores. El primero publicado, fue Poemas, aparecido en 1936.

 De Silbo sólo saldrán a la calle dos números, los de junio y julio de 1936, quedando el tercero sin salir por el inicio de la Guerra Civil, tal y como Fenoll explicaría años después: los primeros disparos de la guerra, cuando se preparaba el tercer número, el de julio, hicieron enmudecer el eufórico e impetuoso Silbo, dispersando a los silbadores. Es en ese segundo número donde aparecerá publicado también el primer trabajo de Gabriel Sijé.

Fenoll, va viendo cómo poco a poco su idílica calle de Arriba se desvanece. Primero, sufrió el mazazo de la muerte de Ramón Sijé en la Nochebuena de 1935. Miguel Hernández estaba en Madrid buscando la gloria, y luego, Manuel Molina se trasladará a vivir a Alicante con su familia... El grupo se esfuma, a pesar de que todavía había alguna relación de tipo epistolar, influyendo todo esto en su estado de ánimo. En 1935 es movilizado, pero hasta mucho después no es destinado al frente de Madrid, donde por las noches, junto con Jesús Poveda, convertido ya en cuñado suyo, emprende por los aledaños de la sede de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura una búsqueda nocturna de Miguel Hernández, aunque no coincidirían nunca. Estos desencuentros le permitirían, no obstante conocer, y tomar contacto con Rafael Alberti y su mujer, María Teresa León, con Emilio Prados o incluso con Vicente Aleixandre, recluido en su domicilio y que, gracias a Miguel Hernández, ya conocía por sus trabajos.

El estado anímico de Fenoll sufrirá un segundo "shock" en 1942. La lenta muerte de Miguel Hernández hace que se encierre todavía más en sí mismo y se refugie en su trabajo. La posterior muerte de su padre le sigue empujando en esa huída hacia adelante, que tiene su clímax cuando en 1946, y tras fallecer también Gabriel Sijé destruya, todos sus papeles, incluyendo la correspondencia que había mantenido con Miguel Hernández. Algunos amigos como Vicente Ramos o el propio Manuel Molina procurarán sacarle de la depresión en la que veían que estaba cayendo Fenoll. Para ello, le irán demandando trabajos para las revistas literarias Arte Joven (1940), Intimidad poética (1943), o Verbo (1946).

El intento por mejorar su apurada situación económica, acentuada por una dura posguerra y aderezada con distintas catástrofes naturales en Orihuela en estos años, le obligan a marcharse a Barcelona para trabajar en la Intendencia militar, lugar en el cual le sorprenderá la muerte el 31 de diciembre de 1972. Muchos, quisieron ver en este viaje una huída de Miguel, Ramón y sus recuerdos y una búsqueda de un nuevo ambiente cultural más propicio para escribir, aunque parece demostrado, tal y como se deduce de sus escritos y conversaciones, que el traslado obedeció a un intento de mejora de la situación económica que no llegó a darse. Fenoll, seguirá atado a la miseria muchos años, a lo cual se añadirían sus continuas depresiones. Sus viviendas, algo tan necesario, parecían ejercer también una pesada carga sobre él. La primera, fue una cueva en Montjuich, y la segunda, fue una modestísima vivienda en el Barrio Chino de Barcelona, que apenas podía pagar.

En cuanto a la evolución poética de Carlos Fenoll, al igual que ocurre con el resto de la nómina de la "Generación olecense de 1930", la obra y la vida, van en paralelo, correspondiéndose evolución poética y peripecia vital perfectamente. En el caso de Carlos Fenoll, parte de la crítica distingue dos épocas en su producción. Una primera, que iría de 1929 a 1943, y una segunda que abarcaría hasta 1972, aunque nosotros nos inclinamos más por hacer una triple división, de 1929 a 1936, de 1936 a 1943 y, finalmente, de 1943 a 1972.

1929-1936: Primera etapa. Estos son los momentos más añorados por el poeta, siempre feliz y amable, algo que empapa sus versos, como ocurre en el caso de Miguel Hernández. Es una época todavía de aprendizaje, aprende del mundo, del campo, de la gente, de todo aquello que le rodea, se impregna también de populismo, algo que usa como tema recurrentemente. La mujer va a tener también un hueco en sus poemas, al igual que el amor, pero en estado puro y sencillo, como ocurre durante la adolescencia y juventud. Son versos que escribe en las paredes de la tahona, en las solapas del periódico..., son poemas que le sugieren las muchachas que ve paseando o sencillamente sus experiencias diarias, siendo escasos los episodios de tristeza conocidos o reflejados en su obra de esta época.

Habría que destacar la evolución formal, tal y como ocurre con Miguel Hernández. Se inicia con unos metros populares, influencia directa de la afición a los trovos por parte paterna, algo que le da un carácter muy espontáneo. Descubre entonces por su lecturas al malagueño Salvador Rueda, a Vicente Medina, a Villaespesa y a tantos y tantos otros, obteniendo esos conocimientos formales que de otra forma no habría obtenido. Sus lecturas, le irán incitando por la vía de la experimentación, probando sucesivamente metros y estrofas distintas, pero siempre gozando de la guía espiritual de Sansano y, sobre todo, de la palabra de Miró, y que le hacen despegarse del triunfante modernismo. Estos pocos años, son de efervescencia poética a su alrededor y de incursiones en otros géneros, como la prosa. De estos años, es "La columna rota", que firmaba con el seudónimo de "Carlos de Aquí", que aparecía en Destellos, y que no eran sino una serie de artículos breves, las más de las veces críticos, aunque también los había jocosos y que trataban sobre todo temas populares.

La segunda etapa, de 1936 a 1943, es una etapa de cambio, de transición o incluso de afirmación. La suma de sus lecturas de Juan Ramón Jiménez o Machado y de lo que sus amigos le aportan a sus inquietudes, le lleva a confeccionarse una voz más honda y lírica, en la que se ven rastros miméticos de El rayo que no cesa. La muerte de Ramón Sijé supone un duro golpe y hace que empiece a interiorizarse. El dolor y la amargura parecen mitigarse incluso un poco, puesto que contrae matrimonio pronto y tiene hijos. Entonces hace su aparición el verso libre. Es movilizado entonces como antes mencionábamos y de su relación con Alberti, García Lorca o Aleixandre, entre otros, surgen algunos de sus más bellos poemas, como "Primer hijo" o "Ángel". Son poemas donde se refleja el amor, con metáforas originales y con términos y frases sugeridoras de su emoción por la paternidad. Se atreve incluso a coquetear con el surrealismo, pero muy sutilmente, tan sólo es el empleo de algún término, de alguna metáfora. La mujer tendrá un hueco destacado también en esta época, mostrando dos facetas: el deseo de amor y la experiencia amorosa. La prueba es su madrigal "A la mujer alicantina", cuyas dos primeras estrofas serían más que suficientes para efectuar tal descripción minuciosa. Pero no podemos olvidar la vena religiosa de Carlos Fenoll, presente en sus colaboraciones en la tradicional revista olecense de Semana Santa, y que le lleva a componer su "Cristo yacente". Fenoll plasma en esta composición el Cristo expuesto esos días en el Ayuntamiento, obra del murciano José Seiquer Zanón, autor del busto de Gabriel Miró de la Glorieta inaugurado el 3 de octubre de 1932. Una talla que estremeció a su amigo Juan Bellod, antiguo secretario de El Gallo Crisis y que dijo que parecía todavía en actitud de bendecir y al cual dedicó el poema, rico en imágenes y que remata a modo de oración.

La tercera etapa, de 1943 a 1972, nos presenta a un Fenoll muy preocupado por trabajar para mantener a su familia, y al cual las penurias y penalidades apartan y hacen espaciar más la periodicidad de sus trabajos. Habría que precisar que algunos especialistas no están seguros de esto, inician esta etapa en 1943, aunque la cierran en 1959, momento al cual corresponde su último poema fechado, conservándose otro sin fecha. Es una etapa de difícil periodización, con fechas indeterminadas y mucho tiempo transcurrido entre texto y texto.

Como mencionábamos líneas atrás, el fallecimiento de su gran amigo Miguel Hernández le va a cambiar de forma radical. Su voz se hace más trascendental y más triste a la vez. Muestra de ello, lo encontramos en el soneto "Nuestro amor" de 1943, que ofrece ya una muestra de esa caída en el pozo sin fondo de la introspección y el intimismo. "La hora maldita", publicada en 1943 en Intimidad Poética, vuelve a adentrarse en esos sentimientos. En 1946, exactamente el 20 de junio, fallece también Gabriel Sijé, con lo que se desbordan los vasos del dolor y la amargura. Si añadimos que se ha quedado solo por la marcha de Molina a Alicante junto con toda su familia en 1935, el fallecimiento de los Sijé, la marcha a América de Jesús Poveda y su hermana, resulta una mezcla negativa, que llega a materializarse en una serie de fantasmas amordazantes y crueles según sus propias palabras.

Inexplicablemente, va a haber un corto momento en el cual su poesía -lo poco que escribe-, se torna fluida, rica e intensa. Enseguida llegará el silencio voluntario en el que se sumerge, un silencio abrumador y que es casi como él llega a relatar en alguna de sus cartas, una muerte en vida. La lucha por la supervivencia personal está también presente en su intento de levar anclas y cortar con su pasado. Para ello, como antes relatábamos, se marcha a la Ciudad Condal. Es entonces el momento de su Canto encadenado (1946), constituido a modo de todo aquello que pudo haber sido y que por la suma de todo lo expuesto no fue finalmente Carlos Fenoll. Su léxico peyorativo contribuirá a transmitir la visión de una dura realidad personal.

Desde ese momento, Fenoll es invadido por la apatía, una situación de la cual sólo consiguen sacarle algunas de las cartas que sus amigos le envían y que él contesta con bastante retraso o algunos -pocos- versos que algunos fieles amigos le consiguen arrancar tras muchas peticiones. Él, achacará siempre esa apatía a que la necesidad de trabajar, imperiosa para poder mantener a su familia, le obliga en muchos momentos de su vida a pluriemplearse o por lo menos a hacer horas extraordinarias, a pesar del cansancio que cuenta en algunas de sus cartas le atenaza, y que le aleja de la creación literaria cada vez más.  

Llegados a este punto, habría que destacar que la producción literaria de Carlos Fenoll, además de escasa, está muy dispersa en los periódicos y revistas de Alicante y su provincia: Destellos, Renacer o El Pueblo de Orihuela, de Orihuela; Arte Joven y Verbo de Alicante o Estilo de Elche, por citar algunos.

Algo que también ha contribuido al general desconocimiento de la obra de Fenoll es que él nunca publicó un libro con sus poemas. Esta tarea, la hicieron sus amigos, tal es el caso de Manuel Molina con Canto encadenado, publicado por el Instituto de Estudios Alicantinos en 1978.

Tampoco habría que dejar de lado una cuestión, un poco complicada, como es el estancamiento de sus gustos. Por una soberbia mal entendida, se va a poner diques a su evolución literaria. Para ser original, Fenoll creía que lo mejor era purificarse negándose las influencias. Molina y Sijé ya expresaron en sus textos su negativa a aprender y sus conceptos erróneos sobre creación poética. De hecho hay en su producción también como un círculo, que a pesar de la tímida evolución trazada líneas arriba, hace que por sencillez expresiva debido al profundo dolor que siente o por falta de recursos por no haber aprendido más, vuelva poco a poco a retomar las preocupaciones de 1936.

En estos últimos años efectuó también alguna incursión más en el campo de la prosa, escribiendo algún que otro prólogo, en ocasiones muy contadas, para las obras de algunos amigos, como ocurre con Versos en la calle de Manuel Molina (1955).

En general, hoy, podemos decir de Carlos Fenoll que se le debería valorar en relación con el Grupo de la Generación de 1930, tal y como Vicente Ramos escribe en el poema dedicado a su muerte, "In memoriam", a pesar de que cada uno de los integrantes de este grupo va a tener su propia identidad. La identidad se diluye en el grupo, pleno de relaciones afectivas, de amistades, cohesionando todo si cabe aún más. Por ello, las "explosiones" que suponen las diferentes y tempranas muertes de los distintos integrantes del grupo sacudirán para siempre la personalidad de Fenoll. Un estremecimiento tan grande que algunos autores llegan a ver, es el caso de José Guillén García, como si Fenoll a la muerte de Hernández, "heredase" su angustia existencial. Una angustia existencial y unas vivencias que todos sus amigos le pidieron insistentemente que pusiese por escrito, a lo que el contestó varias veces negativamente, hasta que casi al final de su vida se plantease, a requerimiento de Molina y Ramos, hacer esto con un plazo de ejecución, que agotará finalmente sin emborronar siquiera una cuartilla, fruto según sus propias palabras, de su falta de expresividad y colorido para recoger todo con detalle.