Coetáneos de Miguel Hernández

Pedro Salinas

 

Poeta, dramaturgo, novelista y crítico español nacido en Madrid en 1891 y fallecido en Boston en 1951. Hijo de Pedro Salinas Elmas, comerciante de géneros, y de Soledad Serrano Fernández. Estudió la carrera de Derecho y más tarde Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid. Desde joven quiso dedicar su vida a la docencia. Entre los años 1914 y 1923 fue profesor-lector de Español en las universidades de París y Cambridge. Y conferencista en varias universidades de América, donde vivió desde 1936. En la Sorbona se doctora en Letras y adquiere una gran admiración por la obra de Marcel Proust, tanto que llega a traducir al castellano su obra “A la recherche du temps perdu”.

Esta considerado como uno de los grandes exponentes de la Generación del 27. Era el mayor en años de todo el grupo y, por ello, gozó de gran prestigio e influencia sobre ellos.

Salinas es, ante todo, el poeta del amor; Guillén define su poesía como intelectual, pasional y sensual al mismo tiempo.

En el año 1912 conoce a Margarita Bonmatí Botella, una alicantina natural de Santa Pola e hija de un industrial propietario de destilerías en Argel. Tres años más tarde se casan. El amor que Salinas sentía por ella le llevó a escribirle una carta de amor cada día. Ese epistolario fue recogido años más tarde por su hija Soledad Salinas en la obra “Cartas de amor a Margarita (1912-1915)”. Junto a Margarita tuvo también otro hijo llamado Jaime Salinas, que se convirtió también en escritor y editor, ganador del premio Comillas de biografía por su libro “Travesías: Memorias (1925-1955)”.

Pedro Salinas gana una cátedra de Literatura en la Universidad de Sevilla en  1918, donde se queda durante ocho años. Durante esta etapa tuvo como alumno al poeta Luis Cernuda. En 1924 se traslada a la Universidad de Murcia, donde permanece un par de años. Al año siguiente publicó una versión modernizada del “Cantar del Mio Cid” y las traducciones de Musset, Mérimée y Proust.

En 1924, tras volver de Cambridge a España, fue nombrado profesor de la Escuela Central de Idiomas.

También aprovecha para colaborar en el Centro de Estudios Históricos, formado por un grupo de investigadores reunidos en torno al maestro Ramón Menéndez Pidal. Salinas se encargó del departamento de literatura moderna. Dirigió la revista “Índice Literario”, que prestaba atención a las novedades literarias españolas.

Según Jose Luis Ferris, Pedro Salinas, el cual mantuvo una relación de amistad poco conocida con Miguel Hernández, promocionó el libro “Perito en Lunas”, con una reseña publicada en el número 2 de esta revista correspondiente al año 1933.

El interés que suscitó esta reseña sirvió de gran ayuda al incipiente poeta alicantino que necesitaba del apoyo y la comprensión de la crítica.
El poeta Salinas demostró así la gran admiración y el afecto que sentía por el “maestro de los versos”, Miguel Hernández.

Fue secretario general de la Universidad Internacional de Verano de Santander durante tres años. En el verano de 1932 conoció a una estudiante norteamericana, Katherine R. Whitmore, que sería después profesora de Lengua y Literatura Españolas en Smith Collage (Massachussets). Ella es la destinataria de su trilogía poética “La voz a ti debida”, “Razón de amor” y “Largo lamento”. La mujer de Salinas descubrió el affaire e intentó suicidarse. Ante esto Katherine intentó poner fin a la relación, sin embargo la Guerra Civil y el exilio a Norteamérica lo impidieron. La conexión se rompió definitivamente en 1939, cuando Katherine se casó con su amigo Brewer Whitmore. Katherine autorizó la publicación de su epistolario con Salinas, guardado en la Biblioteca de la Universidad Harvard, siempre que fuera 20 años después de su muerte y se omitieran las que ella le envió. Finalmente, en 2002, se publicaron las Cartas, una antología de la copiosa correspondencia que intercambió con su amada.

La Guerra Civilespañola le sorprende en Santander y, como consecuencia, es exiliado a América como profesor visitante en la Universidad de Wesllesley, en Puerto Rico y en la de John Hopkings University, en Baltimore. En 1946 consigue una cátedra en esta última universidad.

La Guerra Civil española le sorprende en Santander y, como consecuencia, es exiliado a América como profesor visitante en la Universidad de Wesllesley, en Puerto Rico y en la de John Hopkings University, en Baltimore. En 1946 consigue una cátedra en esta última universidad.

La poesía era para Salinas un modo de acceso a las honduras de la realidad, a la esencia de las cosas y a las experiencias vitales. En una ocasión dijo: “La poesía es una aventura hacia lo absoluto. Se llega más o menos cerca, se recorre más o menos camino: eso es todo”.

Los tres elementos básicos de su creación aparecen en otras declaraciones suyas: “Estimo en la poesía, sobre todo la autenticidad. Luego la belleza. Después el ingenio”. Su lengua poética es, aunque sólo en apariencia, sencilla. Es por ello que Lorca llamaba “prosías” a los poemas de Pedro Salinas. Igual de sencilla es su métrica ya que prefiere los versos cortos, la silva y renuncia casi siempre a la rima. Sitúa las palabras correctamente en cada verso con una exactitud medida, cargada de sentido y de profundas resonancias. Escribe una poesía tierna, cálida, amorosa y nostálgica, con dolor y tristeza, pero no desgarradora ni dramática. Una poesía que invita al disfrute de las cosas más sencillas. El amor supone para él un desarrollo y un crecimiento y le da sentido a la existencia, no sólo en el amor de pareja, sino en el amor y gozo por la vida y las cosas más simples.

La obra poética de Salinas suele dividirse en tres etapas:

La etapa inicial (1923-32) está marcada por la influencia de la poesía pura de Juan Ramón Jiménez y los ecos de las vanguardias futurista y ultraísta. La idea de la depuración y perfección poéticas y el protagonismo que van cobrando en ella los temas amorosos, perfilan lo que será su etapa de plenitud. Pertenecen a esta etapa “Presagios” (1923), “Seguro azar” (1929) y “Fábula y signo” (1931).

La etapa de plenitud (1933-39) está formada por la trilogía amorosa inspirada en su amor hacia la estudiante estadounidense Katherine Whitmore: “La voz a ti debida”, cuyo título está tomado de un verso de la “Égloga tercera” de Garcilaso de la Vega, “Razón de amor” y “Largo lamento”, cuyo título está tomado de un verso de Gustavo Adolfo Bécquer. Todos estos versos están escritos en heptasílabos blancos o sin rima, pero progresivamente van añadiéndose endecasílabos hasta que la proporción se invierte en el último libro. Se sirve frecuentemente de la enumeración y utiliza cierto tono conceptista ("Todo quiere ser dos", "Serás, amor, un largo adiós que no se acaba", etc.)

“La voz a ti debida” (1933) presenta la historia de una pasión amorosa, desde su nacimiento hasta el final.

“Razón de amor” (1936) examina lo que queda del amor cuando éste acaba. La pasión y el dolor de la separación son, por lo tanto, los temas centrales del libro.

“Largo lamento” (1939) continúa la línea marcada en las obras anteriores.

La etapa del exilio (1940-51) está formada por “El contemplado” (1946), extenso poema en que dialoga con el mar de San Juan de Puerto Rico; “Todo más claro y otros poemas” (1949), donde trata el tema de la creación a través de la palabra, y su obra póstuma, “Confianza” (1955), afirmación gozosa de la realidad vivida. De esta época se suele destacar su impresionante poema "Cero", suscitado por la destrucción que provocan las armas atómicas.

Como autor dramático cultivó un teatro menor, doce piezas, donde se intercalan los elementos costumbristas y populares como “La fuente del arcángel”, “La cabeza de Medusa”, “Ella y sus fuentes”, “La isla del tesoro”, “El director”, “Judit y el tirano”.

Su trayectoria prosística comienza con “Vísperas del gozo” (1926), obra inscrita en la línea vanguardista de la época. Salinas abandona la narrativa durante veinticinco años, y sólo al final de su vida se reincorpora a ella con “La bomba increíble” (1950), donde habla sobre los horrores de la bomba atómica, y “El desnudo impecable y otras narraciones” (1951).

También cultivó el género del ensayo en “El defensor” (1948), “El desnudo impecable y otras narraciones” (1951), “Jorge Manrique o tradición y originalidad” (1947), “La poesía de Rubén Darío” (1957) y “Ensayos de literatura hispánica” (1958).

Su depurada formación universitaria y su agudo sentido crítico fueron esenciales en los ensayos sobre literatura que escribió, publicados en 1983.

Pedro Salinas es conocido como el gran poeta del amor del 27. Pocos igualaron la sutileza con que supo ahondar en el sentimiento amoroso. Trasciende las puras anécdotas para encontrar la quintaesencia más gozosa de las relaciones sentimentales, pues el amor es para él, en vez de sufrimiento, una prodigiosa fuerza que da plenitud a la vida y sentido al mundo. Es enriquecimiento del propio ser y de la persona amada, un acontecimiento jubiloso: "¡Qué alegría vivir / sintiéndose vivido...!", exclama. El amor hace amar la vida, decir que sí al mundo: "¡Sí, todo con exceso: -la luz, la vida, el mar!". Sólo en su segundo libro (“Razón de amor”) aparece, a veces, un tono más grave, en ciertos poemas que hablan de los límites del amor o de su posible e inevitable final.

Pedro Salinas fallece en Boston el 4 de diciembre de 1951 y está enterrado en San Juan de Puerto Rico, frente a su contemplado, el mar. Fue un poeta subjetivo y amétrico, heredero de la tradición amorosa de Garcilaso de la Vega y de Gustavo Adolfo Bécquer; el gran tema de su poesía fue el amor, a través del cual matizó y recreó la realidad y los objetos.

 

RELACIÓN DE PEDRO SALINAS Y MIGUEL HERNÁNDEZ
 

La relación de amistad entre Miguel Hernández y Pedro Salinas fue poco conocida. Como afirma Aitor L. Larrabide en su artículo “Perito en lunas visto por Pedro Salinas”, publicado en el número 13 de la revista “El Eco Hernandiano”, Pedro Salinas demostró sentir una gran simpatía hacia el poeta oriolano, aunque coincidieron en pocas ocasiones. El mismo afecto sentía por Gabriel Miró y, en especial, les unió su defensa del amor, la vida y la libertad. Gabriel Miró es uno de los escritores que, de manera más decisiva, ha influido en la formación literaria de Miguel Hernández. Es posible que el documento que refleje de una forma más fiel las dimensiones de la influencia de Gabriel Miró sea el ejemplar único de “El Clamor de la Verdad”, publicado el 2 de octubre de 1932, con motivo del homenaje a Gabriel Miró que tuvo lugar en la Glorieta de Orihuela y al que Pedro Salinas fue invitado, pero no respondió a la invitación. Esto queda reflejado en la página 3 de la revista, en un artículo que lleva por título “Estafeta de El Clamor de la Verdad”, sin firma pero cuyo autor fue Ramón Sijé:

“¿Qué ha hecho, gran Salinas, de la fraternal
amistad suya con el pobre Gabriel? Ni una cortés
contestación, ni una elegante excusa.”

Otros ejemplos de actos en los que coincidieron Miguel Hernández y Pedro Salinas, son los homenajes a Pablo Neruda en 1935 y a Vicente Aleixandre  el 4 de Mayo de ese mismo año, organizado por Gerardo Diego y celebrado en el Restaurante Buenos Aires con ocasión de la publicación de su libro “La destrucción o el amor” (Editorial Signo, 1935), libro que recibió en 1933 el Premio Nacional de Literatura.

Comida homenaje a Vicente Aleixandre. En la foto vemos de izquierda a derecha y de pie a Miguel Hernández, Juan Panero, Luis Rosales, Raúl González Tuñón, Luis Felipe Vivanco, J.F. Montesinos, Arturo Serrano Plaja, Pablo Neruda y Leopoldo Panero. Sentados: Pedro Salinas, María Zambrano, Enrique Diez-Canedo, Concha Albornoz, Vicente Aleixandre, Delia del Carril y José Bergamín. Sentado en el suelo: Gerardo Diego.

En aquel ambiente madrileño, Miguel Hernández conoce a los editores Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, a Juan Gil-Albert, Bergamín, a Pedro Salinas, y al esquivo García Lorca, que según María Zambrano, “le tenía alergia por su condición rústica”.

El 16 de enero de 1936, “El Socialista” publicó un manifiesto con el título “Protesta a favor del poeta Miguel Hernández”, con motivo de la injusta detención que sufrió el poeta. El manifiesto está firmado por Federico García Lorca, José Bergamín, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, César M. Arconada, Arturo Serrano Plaja y, entre otros más, Pedro Salinas.

La amistad entre Pedro Salinas y Miguel Hernández quedó patente unos años antes cuando, en 1932, el primero reseñó el libro del poeta mediterráneo “Perito en Lunas” en la revista madrileña “Índice Literario”, de la que ostentó el cargo de director junto a Guillermo de Torre (1932-1936). Esta reseña iba precedida de otras dos: una al libro “Margen”, de Juan José Domenchina y “Poesía en prosa y en verso”, de Juan Ramón Jiménez. Esto le otorgó a Miguel Hernández un mayor reconocimiento.
Salinas tuvo una vida cómoda, aunque estuvo exiliado en Estados Unidos, siempre fue reconocido como catedrático, gran poeta y escritor, mientras que la vida de Miguel tuvo restricciones. De ahí que su poesía sea dramática y con matices de vacío y amargura.

Meses después de la muerte de Miguel Hernández el 28 de marzo de 1942, Pedro Salinas escribe a su amigo del alma Jorge Guillén, desde Baltimore, el 12 de diciembre de ese mismo año: “¡Pobre Miguel Hernández! Otro caso de esos en que uno ha tenido que dar por muerto y resucitar luego a una persona, para acabar en lo peor […] ¿Por qué había de morir ese muchacho, noblote y generoso, en una cárcel, cruelmente ayudado a morir, por no decir asesinado, por sus prójimos?”.

Con esta sentida carta, queda reflejada la profunda admiración y el afecto que sentía por el poeta Miguel Hernández.

Mientras haya
alguna ventana abierta,
ojos que vuelven del sueño,
otra mañana que empieza.

(“CONFIANZA”, de Pedro Salinas)