Coetáneos de Miguel Hernández

Mallo, Maruja

 



Maruja Mallo nació en Viveiro (Lugo) el 5 de enero de 1902, cuarta hija del matrimonio formado por Justo Gómez Mallo y María del Pilar González. Tras su paso por poblaciones como Tui, Verín o Corcubión, la familia se traslada a Avilés. Es aquí donde da a conocer su incipiente obra en la “II Exposición de Arte Avilesino”, celebrada en 1922, en la que se puede considerar su primera aparición pública como pintora y en la que expuso catorce obras.

Ese mismo año de 1922 la familia entera se traslada a Madrid y la pintora se matricula en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde estudió hasta 1926. Allí se relaciona con artistas, escritores y cineastas como Salvador Dalí, Federico García Lorca, Luís Buñuel, María Zambrano o Rafael Alberti.

A mediados de la década de los 20, con un claro ambiente de cambio y agitación, Maruja Mallo entra en contacto con dos mujeres que se vendrán a sumar a su cruzada vanguardista y transgresora: Margarita Mauro Robledo y Concha Méndez. Asimismo, Mallo mantuvo relación a lo largo del tiempo con otros compañeros de generación y de aventura como María Zambrano, Rosa Chacel, Remedios Varo o Ernestina de Champourcin, aunque sus inicios rupturistas tienen un estrecho correlato con la vida de las citadas Mauro y Méndez.

La pintora y Rafael Alberti mantuvieron una relación personal y turbulenta que se extendió, con alguna intermitencia, entre 1925 y 1930. De cualquier modo, el idilio que ambos mantuvieron tuvo grandes consecuencias artísticas para los dos, resultó enormemente fértil y contó con el beneplácito de las corrientes vanguardistas que en aquellos años aventaban el ambiente plástico y literario.

Maruja Mallo emprende su último curso académico (1925-1926) en San Fernando con el interés puesto en una incipiente obra plástica que ya sugiere ese salto de lo académico en una pintura renovada y libre.

El punto de inflexión de su progresión artística llega en 1927 con su traslado a Tenerife, un viaje cargado de sugerencias para ella en el que llevará a la práctica y al cuadro sus primeros signos de trasgresión.

A su regreso a Madrid, Mallo emprende una intensa labor creativa. La imagen de la mujer dinámica, unida a los elementos del deporte y la vanguardia, van a ser los principales motivos de sus dibujos y cuadros. El otro gran asunto que Mallo desarrolla entre 1927 y 1928 son las llamadas “Estampas”, esto es, dibujos realizados con lápices de colores y carbón que recogen objetos dispersos de la realidad, extraídos de su contexto, en un juego de ambivalencias y de atmósfera subconsciente.

A comienzos de 1928 la joven pintora conoce a Ortega y Gasset que, fascinado con su obra, le organiza una exposición en los salones de la “Revista de Occidente”. Su buen momento contrasta con un periodo de crisis personal (rompe su relación con Alberti) que afectará tanto en su vida afectiva como en su obra, donde se aprecia claramente un acercamiento muy particular a las tesis del surrealismo.

Ese cambio de rumbo artístico se pone de manifiesto con la toma de contacto de Maruja Mallo y la denominada Escuela de Vallecas (Alberto Sánchez y Benjamín Palencia, entre otros); si la ortodoxia vallecana pretendía desentrañar la raíz del paisaje ibérico y sumergirse en una celebración de lo rural y lo natural, en Mallo alcanza una dimensión de pesadilla y adquiere un carácter escatológico y telúrico.

Tras varias reconciliaciones, Maruja Mallo y Alberti rompen definitivamente en 1930, año en que el poeta gaditano conoce a la que sería su mujer hasta el fin de sus días, María Teresa León. Maruja atraviesa entonces un momento artístico excelente: es reclamada para ilustrar nuevas obras, hacer las viñetas de varias revistas del momento y participar en algún proyecto teatral.

En 1932 obtiene una pensión de la Junta de Ampliación de Estudios para ir a París; el año de estancia de la pintora en la capital francesa resulta provechoso y fecundo. Conoce, entre otros, a René Magritte, Max Ernst, Joan Miró o André Breton.

Regresa a España a finales de 1932, y ya en 1933 se presenta a oposiciones y obtiene la cátedra de Dibujo, debiendo aceptar como primer destino el Instituto de Arévalo. Allí se traslada para impartir clases de Dibujo libre y de Composición a alumnos de primaria durante el curso escolar de 1933-1934.

Tras su regreso de Arévalo, Maruja Mallo, comprometida cada vez más con la República, continúa colaborando en labores pedagógicas y comienza a frecuentar la Escuela de Cerámica fundada por el crítico Francisco Alcántara.

Pero éstas y otras actividades artísticas se quedan en la sombra cuando al poco de llegar a tierras gallegas con su compañero sentimental, el orensano Alberto Fernández Mezquita, que posteriormente caería víctima de la violencia fascista, estalla la insurrección militar y se ve obligada a huir a Portugal; a comienzos de 1937, la pintora logra embarcar con destino a América gracias a la ayuda de su amiga Gabriela Mistral, embajadora de Chile.

El 9 de febrero de 1937 Maruja Mallo llega al puerto de Buenos Aires, donde recibe un rápido reconocimiento artístico y social. Nadie puede dudar a estas alturas del compromiso que la pintora demostró en esos años de exilio con la República, ni tampoco de su manifiesta valentía al denunciar con datos precisos, nombres y lugares lo que vio y escuchó durante su estancia en tierras gallegas al comienzo de la guerra civil.

Es una etapa de su vida en la que se dedica a viajar (Uruguay, Chile, Brasil, EE.UU.) y comienza la denominada etapa cósmica, dedicada a recrear la naturaleza sudamericana con su serie de “Marinas”.

Mallo pisa de nuevo tierra española en marzo de 1961, pero se mantiene en un discreto segundo plano tanto social como artístico hasta 1975, año del fallecimiento del General Franco. Se inicia el periodo en el que relevantes personajes de la cultura dirigen su atención hacia ella, se suceden las exposiciones y se convierte en la musa de la generación conocida como la “movida” en los años ochenta.

La decadencia de la artista a finales de la década de los ochenta se hace evidente con su ingreso en una clínica de Madrid. En 1990, Mallo recibe la Medalla de Oro (Premio a la Creación Plástica) de la Comunidad de Madrid, que le es entregada en la misma habitación de la clínica.

Maruja Mallo muere el 6 de febrero de 1995 en la residencia de ancianos Menéndez Pidal de Madrid.


RELACIÓN CON MIGUEL HERNÁNDEZ

Miguel Hernández se instala en Madrid en febrero de 1935, animado por Pablo Neruda, amigo común de Maruja Mallo al igual que Federico García Lorca, José Bergamín, María Zambrano o Benjamín Palencia.

Maruja guardaba un tibio recuerdo de Miguel por un fugaz encuentro vivido varios años atrás, cuando el poeta llegó por primera vez a Madrid y hubo de enfrentarse situaciones de miseria.

Miguel se hallaba por entonces proyectando una nueva obra teatral inspirada en los sucesos de Casas Viejas y de Asturias, un drama sobre la represión minera que pensaba titular “Los hijos de la piedra” y en la que Maruja Mallo colaborará encargándose de los decorados. Son también los meses en que la pintora se ve poderosamente atraída por la naturaleza, por el paisaje castellano y las edificaciones campesinas que nutren su nueva obra. Ella misma reconocería tiempo después que su relación con Miguel facilitó el importante giro que estaba dando a su pintura: “Yo hice una evolución hacia la vida, hacia el campo, y fue entonces cuando brotó el trigo como un todo, el trigo por los caminos de Castilla”.

Cuando conoce a Mallo, la relación epistolar que Hernández mantiene con su novia de Orihuela comienza a sufrir un considerable deterioro, hasta el punto de romperse de modo definitivo a los cinco meses de su llegada a la capital.

No cabe duda de que, por esas fechas, el poeta ya había acompañado a la pintora en más de un viaje y de que los rumores de la relación que ambos mantenían habían empezado a correr de boca en boca.

Hacia el mes de julio de 1935, Miguel da por concluido su noviazgo con Josefina Manresa y deja en el camino una serie de sonetos pastoriles inspirados en ella que carecen de energía y la hondura de los que ha empezado a escribir a la sombra de Mallo.

Únicamente tres poemas provocados por Josefina pasarán la criba para ocupar un lugar en El rayo que no cesa, la obra que consagraría a Hernández algunos meses después. Por el contrario, la destinataria de las nuevas composiciones que Miguel escribiría entre junio y agosto de 1935 no podía ser otra que Maruja Mallo.

No hubo desenlace trágico entre ellos. Mallo dio por terminada la aventura sexual con el poeta o sencillamente le hizo ver que sus relaciones no implicaban compromiso alguno.

La relación entre la pintora y Miguel volvió, pues, al cauce sereno de una llana colaboración artística; y la prueba de que no hubo mayor desavenencia ni rencor entre los dos la encontramos en la desinteresada colaboración de Maruja en la revista oriolana Silbo, una modesta publicación literaria creada por varios amigos de Hernández que vería la luz en la primavera de 1936. La pintora no tuvo ningún inconveniente en agradar a Miguel y en realizar las viñetas para la citada revista.

María Cegarra Salcedo nació en La Unión (Murcia), en 1903. Trabajó como perito químico en unos laboratorios de análisis minerales, aunque también sentía la vocación docente y trabajó como profesora de Física y Química; era una mujer que se adelantó a su tiempo -recordemos que era una época en la que la mujer no estudiaba y sólo se dedicaba a las tareas del hogar-. Cegarra pertenece a la primera generación de autores contemporáneos murcianos. María siempre contó con el apoyo de otros autores como el matrimonio Antonio Oliver y su esposa Carmen Conde.

María Cegarra muere el 26 de marzo de 1993. Era una figura importante en la vida social de La Unión y el Ayuntamiento decidió decretar dos días de luto oficial, instalándose la capilla ardiente en el Instituto Nacional de Bachillerato que actualmente lleva su nombre.Imagen "Homenaje a María Cegarra"

Su obra poética comienza en 1935 cuando publica «Cristales míos». En toda su producción literaria encontramos una evolución poética; dentro de esta evolución queda claramente marcado ese espíritu poético que anima a María Cegarra. Podríamos decir que se trata de un espíritu platónico y del mundo de las Ideas al que se llega tras una minuciosa contemplación, quedando claramente plasmado en el Mito de la Caverna de Platón, donde las sombras del fondo no son la Realidad, sino un reflejo imperfecto de la misma. Pero ella da un paso más, cubriendo de belleza todo lo que supone apariencia, devolviéndole a todo su estado primigenio.

Su poesía no es de denuncia, de política o de carácter religioso, trata de volver a esa Realidad platónica que rodea todo lo creado. María no tuvo una clara tendencia política, lo que sí sabemos es que perteneció a la Sección Femenina franquista. Su ideología política no queda reflejada en sus escritos.

Con posterioridad a la creación de este poemario, pasó largo tiempo preparando su siguiente obra que no verá la luz hasta 1981, bajo el título «Desvarío y fórmulas». Este poemario está dedicado a su hermano Andrés, cuando se cumplían ya cincuenta años del aniversario de su muerte. Son poemas con un marcado acento social. La poetisa sabe que cuenta con un arma poderosa para poner al servicio de esa sociedad que acalla muchos males y que no se atreve a manifestar. Para María Cegarra su hermano, muerto a una edad prematura a consecuencia de una larga y penosa enfermedad, fue quien la introdujo en el mundo poético. Para ella, su poesía es una continuación de la de su hermano. Según palabras de María Cegarra:

«Es posible que el haber elegido yo este camino de la literatura, haya sido por prolongar la memoria de Andrés».

Su hermano murió prematuramente y esto marcó a la poetisa, tanto en su vida íntima como en producción literaria. María llena lo que le rodea de un halo poético buscando siempre la verdad con un anhelante suspiro hacia Dios, ella sin su Religión y su catolicidad practicante no puede ser entendida («Dios lo ha querido así»). En este volumen se encuentra el compendio de toda su vida. Las palabras son el producto de la ausencia de máscara. Lo que María siente y dice lo trasmite con autenticidad, y por ello, toda su poesía, al igual que su vida, alcanzan un raro poder de convicción. Desde una visión general, se podría llegar a decir que su poesía es una invitación a la meditación, a la reflexión y a la comprensión de la criatura del poeta.

El poemario «Cada día conmigo», supone para la poetisa una visión del mundo desde la madurez que dan los años vividos, por ello, utiliza una temática más profunda y que es común denominador de la poesía universal: la muerte y el tiempo. Este libro viene a reflejar sus tres grandes pasiones que han marcado su vida: la familia, la poesía y la docencia.
En 1987 publicó «Poesías completas», que recoge sus tres obras: «Cristales míos», «Desvarío y fórmulas» y el poemario «Cada día conmigo».

En la obra de María Cegara encontramos la presencia de tres personalidades: en primer lugar, su hermano Andrés; en segundo lugar, los alumnos de sus clases de Química en Cartagena que tanto llenaron su vida; y en tercer y último lugar, Miguel Hernández.


RELACIÓN CON MIGUEL HERNÁNDEZ

María Cegarra mantuvo una estrecha relación con Miguel Hernández. De esta relación se ha hablado y escrito mucho. Muestra de ello son los textos epistolares que conservamos. María es mayor que Miguel, discreta y le agradaba como persona, no como enamorado, como ella misma llegó a decir en alguna entrevista.

El poeta oriolano y la poetisa unionense se conocieron en Orihuela con motivo de inauguración de un busto de Gabriel Miró (2 de octubre de 1932), más tarde se vuelven a encontrar, junto con otros amigos, para recordar a Gabriel Miró y a Andrés Cegarra, hermano de María. Miguel estaba pasando por unos malos momentos durante su estancia en Madrid (periodo comprendido entre el 2 de diciembre de 1931 y el 20 de mayo de 1932), pues el poeta buscaba cierta estabilidad emocional y María representaba ese equilibrio emocional que el poeta necesitaba. Por aquel entonces, María estaba en trámites de publicar «Cristales míos».

Ambos mantuvieron una relación sentimental incuestionable. Miguel Hernández, no sólo contó con el amor de Josefina Manresa, sino que también contó con el de Maruja Mallo, aunque era más bien de carácter sexual, o el de la filósofa María Zambrano; Cegarra, supuso un amor de otro tipo más elevado. Sea o no cierto el amor que existió entre ambos, es algo que sólo ellos sabían. En una entrevista realizada a la poetisa unionense afirma, para dejar claro que prefería no hablar más del asunto y guardar esos sentimientos para ella:

«Lo de Miguel Hernández hace muy poco tiempo que se ha recordado públicamente nuestra amistad y prefiero silenciarlo. Soy una mujer sencilla, que no me gusta airear la intimidad que pueda parecer que busca con ella popularidad».


EPISTOLARIO CEGARRIANO

La escritora y química María Cegarra conservó cuatro cartas de Miguel Hernández, escritas con el membrete de Espasa-Calpe. Esto dio lugar a especulaciones sobre una posible relación sentimental entre Miguel y María, lo cual supuso una gran aportación a la biografía del poeta.

Son unos textos que salieron en Madrid a subasta en dos millones y medio de pesetas. Posteriormente la Diputación Provincial de Alicante compró por un millón y medio de pesetas el Archivo completo de María Cegarra, de donde podemos destacar el legado epistolar que confirma la relación entre ambos poetas. Este archivo incluye el manuscrito inédito del soneto «El rayo que no cesa», que fue dedicado a María Cegarra en 1935. Ella también lo recordará en las últimas páginas de su libro de poemas «Cada día conmigo»:

«Deseo que la lectura de este pequeño libro deje un grato recuerdo, terminándolo con los versos de ‘El rayo que no cesa’, en su versión original, a mí dedicada».

Y en el colofón del citado poemario escribe:

«Si de pronto aparecieses...
El pasado tan lleno de ti estuvo
Que nunca fuiste ido».

También se encuentra allí una carta de Antonio Oliver en la que anuncia la muerte del poeta. El legado se completa con fotografías de María Cegarra.

Fue su hermano Andrés quien la motivó para que se dedicara al mundo de la literatura, además, en su casa ya había recibido la influencia de la literatura:

«Cuando nací, en mi casa ya se hablaba de poesía, y en cuanto tuve uso de razón y supe escribir, ya me dictaba mi hermano Andrés sus escritos –él estaba inmóvil-».

Es autor de prosas de corte mironiano y azorinesco como «Sombras» (1919) y «Gaviota y otros ensayos» (1924). Como se observa, sintió una gran inquietud literaria, además tuvo la intención de licenciarse en Filología por la Universidad de Murcia. A pesar de su terrible enfermedad, mantuvo su talante alegre y jovial.

Asensio Sáez, amigo de la infancia, también tuvo una clara influencia en la vida poética de María. Este autor se caracteriza por el empleo de personajes singulares y su descripción, tanto física como psicológica. Además de este autor de la tierra, encontramos a Juan Ramón Jiménez como autor influyente en su poesía, sobre todo en sus últimos versos y concretamente en el aspecto formal de la belleza (aire, mar viento). La poetisa busca ir más allá de lo puramente sensorial sin dejar de lado lo cotidiano. La adjetivación de «Cristales míos» nos da cuenta de las abstracciones sensoriales y sinestésicas.

Este poemario «Cristales míos» supone una nueva etapa poética para María Cegarra donde la belleza ocupa un lugar, si cabe, todavía más destacado. Son poemas sencillos y más inteligibles que los anteriores. Deja de lado la temática familiar para adentrarse en su otra gran pasión, volcándose hacia ese alumnado, reflejo de una maternidad profunda. Este poemario incluye una breve parte donde introduce unos pequeños textos en prosa que sigue la misma temática.

En una visión general, a manera de recapitulación personal y poética de la autora se podría decir que toda su trayectoria poética viene marcada por unos matices de melancolía y tristeza.

María Cegarra siempre se mantuvo alejada de los ámbitos literarios, es por ello que en numerosas ocasiones y salvando las distancias, sea comparada con otra poetisa, Emily Dickinson, la cual nunca mantuvo relaciones de amistad, quedando enclaustrada en la soledad de su casa. También ha sido comparada, pero más bien por su estilo literario, con Santa Teresa, concretamente por su estilo gramático y sintáctico que emplea en ocasiones, pues ambas utilizan unos periodos sintácticos que rozan el solecismo, utilizando los nexos oracionales perfectamente.