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Coetáneos de Miguel Hernández

Benjamín Palencia

El pintor Benjamín Palencia nació en 1894 en Barrax (Albacete). Con 15 años llegó a Madrid, apoyado por López Egóñez, que fue una especie de mecenas para él. Allí se mantuvo al margen de la formación académica y oficial porque nada tenía que ver con su concepción de la vida pero sí acudía con asiduidad al Museo del Prado para contemplar las obras de los grandes maestros de la pintura española: El Greco, Velázquez etc., entre otros.

Se bautizó como artista en el año 1925, formando parte de un grupo que participó en la Exposición de la Sociedad de Artistas del Retiro de Madrid, uno de los acontecimientos más importantes para el arte español, en la primera mitad del siglo XX. En ese momento, fue muy bien recibido por la crítica y se consolidó como artista fundamental de la vanguardia del momento.

Conoció a numerosos artistas de la vanguardia española, como Dalí, Alberti o el poeta Juan Ramón Jiménez, con quien colaboró en más de una ocasión- por ejemplo en la publicación del libro “Niños” . También viajó a Francia, donde conoció a Gallardo, etc.

En sus inicios tuvo contactos con el surrealismo y otras tendencias vanguardistas y logró evolucionar hacia un realismo austero y colorista.

Fue fundador, junto al escultor Alberto Sánchez, de la “Escuela de Vallecas”.

Me serviré, en este punto, del relato retrospectivo de Alberto Sánchez donde expone el credo estético que orientó desde su origen la aventura de la Escuela:

“Al participar en la Exposición de Artistas Ibéricos, conocí a varios pintores. Casi todos se fueron después a París, menos Benjamín Palencia. Palencia y yo quedamos en Madrid con el deliberado propósito de poner en pie el nuevo arte nacional, que compitiera con el de París.

“Durante un periodo bastante largo, a partir de 1927, más o menos, Palencia y yo nos citábamos casi a diario en la Puerta de Atocha, hacia las tres y media de la tarde, fuera cual fuese el tiempo. Recorríamos a pie diferentes itinerarios; uno de ellos era por la vía del tren, hasta las cercanías de Villaverde Bajo; y sin cruzar el río Manzanares, torcíamos hacia el Cerro Negro y nos dirigíamos hacia Vallecas.

Terminábamos en el cerro llamado de Almodóvar, al que bautizamos con el nombre de Cerro Testigo, porque de ahí debía partir la nueva visión del arte español... Aprovechamos un mojón que allí había, para fijar sobre él nuestra profesión de fe plástica: en una de sus caras escribí mis principios; en otra, puso Palencia los suyos: dedicamos la tercera a Picasso y en la cuarta pusimos los nombres de diversos valores plásticos e ideológicos, los que entonces considerábamos más representativos; en esa cara aparecían los nombres de Lisenstein, El Greco, Zurbarán, Cervantes, Velázquez, y otros”.

Aitor Larrabide, en su artículo publicado en “La Lucerna” (Orihuela-Alicante, año IV nº 25 abril 1994, pp 39-40) nos indica que: “ Para Palencia la naturaleza era lo más importante a la hora de plasmar lo observado, pero una naturaleza vivida, sentida: “Muchas veces me he perdido en los páramos de retamas para extraer lo plástico de las piedras (...); materia que he pretendido llevar a mis telas, a mi pintura rural de veredas interminables, que mis pies descalzos han sabido medir, abrasándose en el fuego de estos caminos”. Tales expresiones de Palencia quedan enmascaradas dentro de un contexto artístico mucho más amplio. La naturaleza es la esencia del trabajo, un complejo de sentimientos con implicaciones sociales y espirituales, si se quiere.

En los años previos a la Guerra Civil, colaboró como director artístico en el grupo de teatro “La Barraca” y los decorados de “La vida es sueño” de Calderón de la Barca. Más tarde se dedicó a trabajar en la pintura del paisaje, reiniciando una segunda Escuela de Vallecas (1942).

Poco a poco su pintura se volvió más intensa y potente, las formas adquirieron un mayor volumen. Durante esta segunda gran etapa de su vida, Benjamín llevó a cabo numerosas exposiciones en España y en el extranjero. Formó parte de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y, unos años después, formó parte de la de San Jorge de Barcelona.

Palencia murió un 16 de enero de 1980, con 85 años de edad, recién inaugurada su última exposición.Su primer premio fue la mención de honor del Salón de Otoño de 1916.

En 1951 recibió el Gran Premio de la Bienal Hispanoamericana y se le concedió la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes.Entre sus obras cabe destacar: “Toledo”, “Pueblo ibérico”, “Horcajo Medianera”, “Muleros” y “La montaña azul”.

 

RELACIÓN CON MIGUEL HERNÁNDEZ

Miguel Hernández se encontró con Benjamín Palencia durante su estancia en Madrid en noviembre de 1934. Palencia le presentó a otros escritores y escultores como Alberto Sánchez, Maruja Mallo, Rodríguez Luna, Miguel Prieto o Eduardo Vicente.

Aitor Larrabide, en su artículo de La Lucerna antes mencionado, afirma:

“La estética de la Escuela de Vallecas en una persona como Miguel Hernández que se bebía el paisaje, debió impactarle”.

No podemos olvidar los textos de Miguel Hernández alusivos a Benjamín Palencia y a Alberto Sánchez. En la carta dirigida a Benjamín Palencia y fechada en Orihuela el Diciembre de 1934 Miguel le dice:
Amigo querido Benjamín,


Estoy acabando de terminar un libro lírico, “El silbo vulnerado”..., un libro como tú me pedías, de pájaros, corderos, piedras, cardos, aires, almendros. Necesito de pura necesidad tu colaboración y de puro orgullo también. ¿Quieres decirme inmediatamente si cuento contigo?

Como tú, estoy lleno de emoción y la vida inmensa de todas esas cosas de Dios: pájaro, cardo, piedra..... por mi trato diario con ellas de toda mi vida. Te debo un adiós desde que no estoy en Madrid. ¿Me lo perdonas? Mándame tu dirección para escribirte a tu casa. Te mandaré, si me lo dijeras, copias de los poemas. No sé si Bergamín el maestro querrá dar este libro ahí.

Estoy esperando ¡con qué gana! Palabras tuyas, aunque sean pocas.

Dame la alegría de escribirme diciéndome que sí. Lee ese soneto de la serie pastora que hago.

Toma un abrazo, y un adiós que vale por el que no te dije y otros más, y pide mandado de Miguel Hernández, Tu amigo.

¡Adiós!

Unas semanas después, Miguel Hernández, en carta dirigida a Luis Felipe Vivanco, le declara su admiración por Benjamín Palencia, a quien quisiera ver “por estos andurriales”.

A su amigo Víctor González Gil le comunica con alborozo el 1 de febrero de 1935: “ Escribo mucho: estoy agotado físicamente de tanto escribir. Pienso publicar un nuevo libro lírico ahí con la colaboración del lápiz de Benjamín Palencia.

Con el currículo que Benjamín tenía es una lástima que no llegara a ilustrar “El silbo vulnerado” o “El rayo que no cesa”.

Recordando el artículo citado de Larrabide , “La influencia real en composiciones de Miguel de la estética propuesta por Palencia y Alberto, aparece en el cambio de la primera a la segunda versión de “El silbo vulnerado” y su obra dramática “Los hijos de piedra” (verano 1935), que significan recuperar sus orígenes campestres y un tono comprometido ya.

La piedra, el sol, los animales que se dejan llevar por sus instinto y, sobre todo, una intensificación del sentido telúrico de la vida son las piezas básicas de dicha “influencia”.

Por ejemplo, según Sánchez Vidal, el poema “Me llamo barro” está repleto del tono terruñero propio de Alberto cuando éste dice: “que, de levantar y caer, el cuerpo se convierta en barro”, “la Oda entre Sangre y vino a Pablo Neruda” y la “Égloga” dedicada a Gracilaso de la Vega (“nuestra sangre de sol sobre la trilla/ vibra martillos, alimenta fraguas. /besos inculca, fríos aniquila”, en la “Oda” a Pablo Neruda, y “Me quiero despedir de tanta pena, cultivar los barbechos/ y si no hacerme polvo, hacerme arena”, en la “Égloga a Gracilaso). Son casos claros del eco “vallecano” en Miguel.

Y no entramos en el ya mencionado drama “Los hijos de la piedra” con las abundantes alusiones al rayo, truenos y otras manifestaciones salvajes de la naturaleza. La influencia de la escultura “pájaro a mi invención, hecho con las piedras que vuelan en la exposición de un barreño” de Alberto, tiene mucho que ver con dicha obra y su sintonía programática con la “Escuela de Vallecas”.

En resumen, la amistad del poeta oriolano con el artista albaceteño evidencia la íntima relación de la literatura con el arte, de la simbiosis, (muy de la época) de poesía y plástica. Y, especialmente, la vocación artística de Miguel Hernández, rastreable ya desde su amistad con su paisano Francisco Díe, ilustrador de la revista “El Gallo Crisis”.